viernes, 23 de noviembre de 2012

Noviembre


Un día escribí:
la vida se hace a descosidos.
Me pareció una buena frase, como aquellas que se tallan en los árboles,
cuando llega el otoño y todo parece de color marrón.
Brillante.
Un poco arrugada entre el autobús de las siete y media
y el café de las once.
Pero, al fin y al cabo, un gran enunciado.
Capaz de resumir todo un viaje.
Suficiente para entender que nada es un dobladillo perfecto,
que la aguja se equivoca y salta a veces sin saber que está saltando.
O que se hace la loca, esa aguja maldita que nos hace respirar.
Era bonita la frase y hasta podía haber llenado todo mi mundo.
Y de hecho, lo ha colmado.
Siempre la he recordado mientras sueño o me enfado,
o amo o me aburro o sufro o me descompongo.
O recuerdo que no está sola esta oración entre mis muslos.
Que también hay otras.
Como la ciudad se sacude a vueltas de esquina.
O fui, soy, seré.
Pero ese sintagma.... preposicional.
A descosidos.
Me hace recordar que no soy perfecta.
Que tendré que sufrir, que no soportar el dolor.
Que, en ese momento, como tantos otros,
en el que no sabré si mis párpados esconden el día o la noche,
a lo mejor,
si es que todavía soy capaz de entenderlo,
me sellará. No como un epitafio.
Como un silencio.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Disco duro

Acabo de darme cuenta de que he perdido la mitad de mi disco duro. He sentido como si se me hubiera perdido media vida. Bueno, no tanto. Sé que podré recuperar parte, entre lo que tengo en mi pen o en mi correo. Y lo demás, he pensado después del escalofrío, a lo mejor no era tan importante. Cosas que pasan. Ha cambiando tanto la vida en estos últimos veinte años que ya no llevamos nuestros recuerdos en la cabeza para visualizarlos después, como nuestros abuelos. Ahora podemos verlos. ¡Ay, la tecnología! ¿Que no recuerdas las vacaciones del 2000 o cómo era tu rostro en el 2004? Pues miras tu "historia" en el facebook y asunto resuelto.
Todo este disgusto me ha llevado a otras cosas. 
Los que han decidido en estos últimos días acabar con todo mientras llamaban a su puerta aquellos que, a su pesar, iban a terminar con sus recuerdos, ¿pensarían en eso?
 La palabra "deshaucio" significa simplemente "Despedir al inquilino o arrendatario mediante una acción legal". ¡Vaya cosa! Ni siquiera eran eso, inquilinos o arrendatarios. Eran dueños. Como yo de mi disco duro. Poseían un papel, firmado ante notario, en el que decía que la finca sita en el número tal de la calle o avenida o plaza cual, planta cualquiera, era suya. Solo suya. Que allí podrían plantar su nido. Con sus miserias y sus llegadas al cielo con las puntas de los dedos. Que allí parirían o no, que allí se levantarían un lunes o no, que allí verían el partido o la boda del siglo, o las dos cosas. Que tendrían un frigo donde meter cosas, una ducha donde relajarse, una cuna a la que mirar y un espejo en donde mirarse todas las mañanas.
Y, de pronto (las cosas siempre son inusitadas por mucho que te hayas quedado sin trabajo, no puedas pagar la hipoteca, llegue una carta certificada, hayas preguntado al vecino del cuarto que es abogado) te dicen: lo ha perdido todo. El disco duro se ha desconfigurado.  Puede usted hacerle un reset o rezar por qué esto sea una pesadilla.
Pero hay veces que esa pérdida no te lleva a otras soluciones. A recuperar. Es un camino que no tiene salida. Y te dejas caer. Pensando, quizás, que has fallado, que no has sabido conservar lo que ibas a dejar a los que te quieren.
Bueno, que eso. Los discos duros son como un colchón siempre listo para recogerte. 
Pero, ¿ y si piensas que son humanos?
No te queda más remedio que abrir la ventana y dejarte caer.
Aunque sepas que el vacío no te va a amparar.
Ni te va a devolver lo que soñaste.

viernes, 12 de octubre de 2012

Minuto de gloria


Bueno, prometí y cumplo. Me he informado, he buscado en las hemerotecas, en las páginas que recopilan teorías y estudios sobre educación. He buceado entre los que, acertados o no, intentan encontrar alguna solución al gran problema de la enseñanza en España. He leído mucho. He aprendido mucho. Vamos, que ando un tanto mareada entre tanto conductivismo, cognitivismo y construtivismo. Tanto ismo. Que parece que seguinos en los principios del siglo XX. Pero... oye, que no me he encontrado con ningún estudio pedagógico, serio o no, del Ministro Wert.
Me preocupa un poco pero sin pasarme. Vamos, que tengo claro que ser Ministro de Educación no significa saber de eso. Como tampoco ser de Interior o de Sanidad. Bastante tienen con jurar y esas cosas y asistir todos los viernes a los Consejos y luego tener que salir en los medios, haciéndose los sordos ante la insistencia de tanto becario del periodismo que quiere medrar. No se le puede pedir a un Ministro de Educación que sepa lo que es un polisíndeton como el anterior. Vaya tontería. A un ministro que se precie le basta con ser de un partido ganador, haber hecho méritos en algún cargo que le haya traído beneficios del tipo que sea a su Presidente y estar en el sitio adecuado en el tiempo preciso. Y, si puede, producir titulares que sirvan para enmascarar lo que hace mal el que lo nombró. Eso está muy bien pagado.
Que, bueno, que no tiene ni idea de qué se cuece en las aulas; que nunca ha visto a un alumno de secundaria en su vida; que confunde los tipos de enseñanzas, que nunca se ha preocupado de conocer in situ de qué va eso de una pizarra y una transmisión de conocimientos... pues, nada, no pasa nada. Al fin y al cabo, él, el señor Wert, fue a colegios de pago, de esos que enseñan lo que Dios manda a los que Dios manda. Que alguno no puede pagarse los libros o comer caliente al mediodía o sobrevive sin profesores la mayor parte del día, pues bueno, es su problema. Es mucho más necesario “españolizar a los alumnos catalanes”. Eso sí que duele. Pobrecitos, que al paso que van, considerarán que España comienza en el último peaje de la AP7 y termina en Marruecos. Almas cándidas. Sin historia, sin literatura, sin arte, sin una lengua que los dignifique. Eso sí que es importante. ¡Ah! ¡y la Educación para la Ciudadanía! ¡y quitar el Griego! ¡y las Reválidas! Que el Ministro las pasó cum laude y así le ha ido de bien en la vida.
Resumiendo, que solo he encontrado que este jefe mío se dedicó a las encuestas de opinión. Durante casi toda su vida. Aunque, entre una y otra, se afanó en enseñar a los futuros periodistas y en sentarse en algunos Consejos Asesores de esos de tomar café y hacer amigos. Ese bagaje intelectual le debe haber dado a nuestro querido Wert la varita mágica para resolver de un plumazo el grave problema del fracaso escolar de nuestros alumnos y alumnas. Ha debido pensar que si sus antecesores hicieron sus reformas desde el derecho, la política o la sociología, qué podía impedir que él tuviera la suya. Su minuto de gloria. Como todos los demás. Sin tener ni idea. Claro que a ninguno se les había ocurrido que lo que había que hacer es tener menos estudiantes en las aulas y que los que quedaran debían ser adoctrinados en la “Formación del Espíritu Nacional.” Con ello, ha debido imaginar don José Ignacio, matamos dos pájaros de un tiro: mejoramos los rendimientos escolares, eso sí, de los que consigan llegar a presentarse a alguna prueba y nos aseguramos de formar mentes al estilo de antes de la Transición. Jóvenes españolizados a la antigua usanza. Eso sí, sin idiomas ni ciencia. Que se españolice Europa.



sábado, 6 de octubre de 2012

La buena educación


Llevo un tiempo queriendo escribir sobre la ¿última? reforma educativa. Pero cada vez que me siento delante del ordenador e intento poner en orden mis ideas, me bloqueo. No porque no tenga nada que escribir al respecto. Se me ocurren un par de cosas al menos, como explicar que describirla como una vuelta a la enseñanza de la Transición es quedarse corto o que es un burdo intento de que solo los hijos de la burguesía lleguen a algo en una España que se les había ido de las manos, con tanto hijo de obrero y de dependiente saliendo con un título bajo el brazo y hasta con un viajecito al extranjero para aprender idiomas. Burdo intento, sí, porque estos últimos treinta años no tienen vuelta atrás, aunque les pese.
Pero, bueno que, aunque tuviera cosas que decir y desde dentro, pues tampoco me apetecía. A ver. Llevo veinte años en centros de Secundaria, curso a curso.  Desde el día en que comencé a intentar que mis alumnos llegaran a la conclusión de que era importante escribir y hablar bien, han pasado sobre nosotros siete sistemas educativos. Bueno, miento, en realidad la única catarsis fue la de la obligatoriedad de ir a la escuela hasta los dieciséis años. Los otros cambios fueron alteraciones ideológicas, dependiendo de quien tuviera los mandos del poder. Que si ahora quito una hora de aquí para ponerla allá, que si ahora introduzco una materia, que si ahora esa materia no me gusta y la cambio por otra, que dejo que los papás hablen, que no puede ser y devuelvo la vara al director… LODE, LOGSE, LOE… y ni idea de cómo se llama la del ministro Wert.
Y además (para no perdérselo) todos estos años escuchando y leyendo que, pese a tanto vaivén,  somos un desastre, que andamos en la cola de Europa en Matemáticas, en Idiomas, en el conocimiento de nuestra propia lengua. Comparándonos con Finlandia, con Alemania, con cualquier país, incluso imitándolos,  sin tener en cuenta las posibles diferencias de población, de clima, del tanto por ciento de los presupuestos destinados a educación… Simplemente, parecemos ser más torpes o peor enseñados.
Pues eso, que no me apetece escribir sobre la ¿última? reforma educativa. Pero sé que lo haré. Tanta materia gris ideando el futuro de la próxima generación merece, al menos, un comentario.

sábado, 22 de septiembre de 2012

22 de Septiembre

Yo llevaba un vestido azul y una cinta dorada en la frente. Él, una camisa blanca y una barba poblada. Yo llegué corriendo, casi si aliento, con las margaritas sudadas entre mis dedos. Él vio cómo el autobús tenía que pararse ante un convoy militar y se bajó y corrió todo el puente, también sin aliento. Los dos nos miramos un instante, solo un instante, antes de que el ujier nos nombrara. Los dos nos sentamos ante el juez, soslayando por el rabillo del ojo la sonrisa de Luna, con su vestido de croché, todo azul. Y tan guapa!. No recuerdo lo que dije. Ni lo que dijo. Algo diríamos porque todos gritaron y aplaudieron. Todos nos esperaron a la salida y tiraron arroz. Todos anduvieron cogidos del brazo hasta mi casa. Todos comieron y bebieron. Las vecinas regalaron jarrones, los padres de uno y de otro lloraron. Y nosotros nos seguíamos mirando. Solo un poquito. Lo justo. Como hasta ahora. Dejando espacio. Amándonos en esa distancia respetuosa del que sabe que decir "sí, quiero" solo significa: "compartiremos una vida, aunque tú sigas siendo tú y yo no seré tu espejo sino que me buscaré el mío propio para  amarte" Lo demás, es historia. Un David que nos engrandece y la sonrisa de Luna sobre sus hijos.

viernes, 14 de septiembre de 2012

14 de septiembre

Ya. No servirá de nada. Lo saben. Lo sabemos. Mañana será el momento de las cifras. Al alza. A la baja. También el de las fotos de un Madrid ocupado. Fotos desde todos los ángulos y perspectivas. Desde arriba,     con rostros en primera plana, brazos en la lejanía, en picado... El de las declaraciones. En portada, en la página dos, en directo;  recopiladas tras los "graves altercados" ante las embajadas estadunidenses; O ninguneadas, tras la última reforma populista del código penal y la tristeza de Cristiano.
No servirá de nada. Pero esta noche, en los autobuses, en las paradas para el bocadillo, en las canciones, en los reencuentros de amigos olvidados, en las consignas, en el sueño que vence, en la incomodidad eufórica de los asientos de los autocares, nadie piensa en ello.
Todos entonan una especie de esperanza que les sube desde el tobillo hasta las manos. Todos piensan que van a ser oídos por el que se esconde tras una cruel tibieza, aquella que les lleva a la pérdida en un solo año de todo lo que parecía inamovible. Lo conquistado.
No servirá de nada pero esta madrugada todos hacen como si no lo supieran.

viernes, 3 de agosto de 2012

Sociedad y personas. Personas y sociedad.



El mundo está patas arribas. El mundo es un desastre. La inconformidad del ser humano. La crisis de las soluciones tradicionales. La necesidad de un nuevo orden mundial. El pensamiento enclaustrado dentro de una frase común. El problema de fondo olvidado por arreglar la superficie. El maquillaje a los datos. El maquillaje a nuestra propia vida. La necesidad de decir que estamos bien cuando hay algo que no controlamos. Y si lo que se está gestando es algo totalmente genuino, que ni tan siquiera nosotros podemos llegar a imaginar. Si detrás de esta revolución de sentimientos y pilares fundamentales del sistema que vivimos existe algo que ni tan siquiera podemos atisbar a descifrar. Si el terremoto está gestándose y nosotros solo lo podremos vomitar. Si somos marionetas controladas por nuestro destino. Nos enamoramos y nos desenamoramos para llegar a nuestra meta. Nos revolucionamos para llegar a otro modelo de sociedad. El destino nos pone obstáculos para derribarlos y dañar cuerpos. Personas. Pero la felicidad de la sociedad y la de una persona se rigen quizá por patrones muy parecidos.

El laberinto de la sociedad
Soy gran aficionado de enlazar lo que pasa en la vida común, es decir, la de las noticias, acontecimientos que vivimos en colectividad, y lo que nos pasa a nosotros mismos .Es más, defendería el hecho de que muchas de las historias que recibimos a lo largo del día tienen que ver con sentimientos primarios, los que todos sentimos. Cuando Strauss Kahn trató, supuestamente, de violar a una mujer en un hotel de Nueva York, además de su perversión, quizá también tuvo como causa el poco amor que sentía hacia su propia persona. Gobernador del FMI, hombre de éxito, llamado a ser protagonista en los siguientes años en Francia, tal vez sentía algo dentro que no cuadraba con lo que veían fuera. Podría no ser feliz, e incluso pensar que si todo hubiera salido bien y se hubiera convertido en presidente del país galo, no hubiera hecho otra cosa que ahondar en su infelicidad. Está más o menos claro que ninguno de los presentes buscamos la infelicidad, por lo que puede ser casi humanamente y egoístamente lógico actuar como lo hizo el Sr. Kahn. Buscaba la felicidad. El alivio. Un alivio que infringía la ley. Pero alivio al fin y al cabo.

En esa paz y alivio nos intentamos mover. Y algunas veces lo correcto o el deber no se corresponde con la felicidad o la intimidad de cada persona. Por eso, cuando veo ese trajín de políticos yendo de arriba abajo por el continente. Buscando soluciones sin encontrarlas. Me pregunto si no se despertarán y habrá un momento en el que piensen en lo que verdaderamente sienten. La realidad de que no les importa el número creciente de parados o la paralización del mercado. Que quizá no son felices con lo que hacen, sin valorar su dificultad, y que tan solo quieren volver a casa. Desaparecer del mapa. Y están tan entrampados en el laberinto que les imposible volver al principio.

Los humanos hemos creado este sistema tan enrevesado y compuesto por reglas que no se pueden romper para que todo funcione y crezca. ¿Pero qué ocurre cuando algo falla? Cuando un ascenso no nos da la felicidad, o sentimos como la pronunciación de un te quiero nos puede llevar un paso más adelante dentro de ese laberinto. Un paso que nos será tremendamente difícil, costoso y quizá dañino para otra persona, en el caso del amor, y para nosotros mismos en el aspecto laboral.
Por eso, todos sentimos en algunos momentos la necesidad de volver atrás. Donde los fallos no se contabilizan. Donde nadie te juzga, y hacerlo mal está permitido. Ese núcleo es tan pequeño que no se percibe hasta que desaparece. Me atrevería a decir que tan sólo está formado, normalmente, por padres y amigos íntimos. De los que no se enfadan hagas lo que les hagas. Y si me apuran, sólo una madre puede perdonar todo. Que su hijo sea terrorista, drogadicto o asesino. No lo he sentido por suerte, y espero que sea dentro de mucho tiempo, pero la muerte de ese núcleo debe significar el sentimiento de volar sin paracaídas. De no tener donde volver si nos equivocamos. Y debe dar igual a la edad a la que ocurra. Variará el tiempo que se sienta pero no la intensidad de ese sentimiento.

El laberinto está ahí y es artificial. No pensemos en las consecuencias de un paso atrás. Porque entonces no nos moveríamos y no encontraríamos nunca nuestro sitio.  Por lo tanto, afrontemos nuestra felicidad y solucionémosla.

La delgada línea entre el poder, los medios de comunicación y los grandes grupos empresariales.


Guillermo Marconi murió en 1937. Nikola Teslalo lo hizo en 1943. El uno sabía del otro mientras estuvieron vivos. Y deben haber conversado eternas horas después de cerrar los ojos por última vez. Teslalo fue algo así como el ingeniero técnico que puso las bases para crear un aparato que fuera capaz de propagar ondas, y con ellas un mensaje, desde un punto del mundo a otro. Marconi fue la primera persona en este planeta que se percató de que ese mecanismo podía dar dinero, cuando dedujo que la radio no solo podía servir para informar acerca de las coordenadas de un barco, sino que podía ser un medio de comunicación para la sociedad. Los medios impresos tenían, a partir de ese momento en la radio, una nueva compañera. Y con ella, los medios de comunicación alcanzaban una nueva dimensión.

Es incuestionable que hasta el siglo XX los periódicos habían sido muy importantes en algunos momentos de la historia. La revolución inglesa o francesa pudieron dar buena cuenta de cómo las redacciones de las gazetas del momento eran tan importantes para el incendio social como las armas más potentes (incluso se guardaban pistolas en las redacciones de los periódicos). Pero eran hechos aislados. Rotativos que morían con el objetivo consumado. La censura imperante en todos los países que se hacían llamar demócratas, acababa con cualquier medio privado que pudiera ocasionar dolores de cabeza a la clase política y noble. Tan solo quedaban aventuras en las que había que hilar fino para leer una crítica. Otro motivo que imposibilitaba la categorización como medio de comunicación de masas de estos antiguos periódicos era el evidente analfabetismo de la población y la poca capacidad de entretenimiento que tiene la lectura en comparación con el sonido y por supuesto el vídeo. Teslalo no lo sabía pero con su invento ofrecía una perla en dulce a la visión práctica de Marconi. El germen del imperio empresarial-periodístico-político estaba iniciándose. La miel ya se había colocado en medio de la plaza: tan solo quedaba que las avispas se acercaran a ella.

Este hecho es, sin duda, una de las variables más importantes del siglo XX. A partir de este momento nace un lenguaje mediático; la manipulación y la persuasión se convierten en principios para todos los campos y la sociedad se convierte en audiencia. Lejos de tratar en esta entrada las consecuencias de la llegada de los medios de
comunicación de masas (nos llevaría al menos un año de la carrera de periodismo darnos cuenta de que pintamos más bien poco en esta cadena), trataré en mis próximas entradas a desgranar los grupos empresariales mediáticos de nuestro país. Los más importantes. Para saber por qué han actuado de una manera en un momento determinado y de dónde viene el dinero. Tratar la fusión de la empresa con la malherida ética periodística. Sin olvidar que cuando hablamos de ética periodística no es de un ente alejado de la población, sino de las reglas que se deberían seguir para no mentir al pueblo. No es moco de pavo, desde luego. No es un juego de buenos y malos, desde luego. No hay izquierda y derecha en el dinero. Por eso no existe izquierda y derecha en los grandes grupos mediáticos. Ya decía uno de los periodistas más importantes del siglo XX, el polaco Ryszard Kapuscinsky, que cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.



La última capa


Es esa sensación. No aparece. Fluye. Está. Puedes estar escuchando música a cientos de decibelios que no se borra. Es esa última capa, la que no se ve. La que incluso nosotros no queremos ni tan siquiera mirar. La que descuadraría nuestro plan de vida. La que es egoísta, ilógica. La que va contra nosotros mismos. Cómo puede ser que algo tan íntimo y oculto nos mate.

La vemos en aquellas situaciones, por ejemplo, en las que alguien abandona aquella persona que le hace la vida más fácil para luchar por quien le pone obstáculos. Es rebelde y va contra todo, sin pensar en consecuencias. Quizá es por el sentimiento de opresión en el que vive. Nadie puede ser revolucionario si no siente opresión. Por eso cuando sale, se nota. Y deja a quien está alrededor estupefacto. Incluso al portador de la capa, quien podía imaginar qué tenía dentro, pero no su fuerza.

Es la vida. 

domingo, 29 de julio de 2012

Quevedo, Baroja y otros escritorcillos


Como esto no hay quien lo entienda, he echado la vista atrás. Más que nada por comprobar que no todo tiempo pasado fue mejor y que lo que vivimos, ya lo vivieron otros. España. Rebuscando en mi memoria me acordé primero del soneto de Quevedo, aquel que comenzaba así: Miré los muros de la patria mía,  / si un tiempo fuertes ya desmoronados. Y flipé. Claro que, Don Francisco se refería al siglo XVII, cuando nuestro país estaba comenzando a no creerse lo que se creía cien años antes. 
Ahora, en el siglo XXI, hemos tardado tan solo cuatro en desvendarnos. 
Minutos más tarde, puse mi memoria en don Pío. El árbol de la Ciencia debería ser un libro de culto en estos días. Sencillo, sin subordinadas, simplemente diez palabras, como ahora en el Twitter o en los estados del Facebook. Solo diez palabras para poner la nación boca abajo. Pasa revista a todo, lo público y  lo privado. La política, los políticos, la Iglesia, los ricos, los pobres, los intelectuales, los científicos, la enseñanza, la sanidad; el amor, la amistad, la muerte, las relaciones familiares. Todo cae bajo la mirada de Andrés Hurtado. Los dos, Quevedo y Baroja, parecen confabulados para ser precursores de una realidad que ahora nos envuelve y nos ahoga. A nosotros, los españoles.
Sí, a los que seguimos pensando que esto que está pasando no nos lo merecemos. Que la culpa la tienen otros. Que somos buenísimos en arte y deporte. Que se fastidien aquellos que podrán asfixiarnos a base de intereses, pero que no poseen el sol, los toros, las playas, las mujeres hermosas, el dolce far niente. La desidia, la abulia.
Marea un poco comprobar que hemos olvidado, siglos después, las conclusiones a las que habían llegado nuestros antepasados. Que tenemos los gobernantes que nos merecemos. Los que permitimos. Los de siempre. No tuvimos revolución burguesa porque los burgueses estaban demasiado ocupados en enriquecerse mientras cerraban los ojos ante el inmovilismo, la Iglesia, la Monarquía, los poderes establecidos. Nos acomodamos mientras permitíamos que el pueblo fuera analfabeto, que fuera mísero, que se crearan puestos de trabajo efímeros, que se creyera, el pueblo, que sus hijos podían ser más de lo que ellos eran. 
Hasta que despertó, el pueblo, y volvió a encontrarse con las paredes destruidas.
Andrés Hurtado se suicidó cuando se dio cuenta de que había vivido una mentira. Un espejismo. 
Los sonetos de Quevedo suelen terminar con una apelación a la vejez y a la muerte. 
Hasta don Antonio Machado, tan optimista, nos recuerda que al españolito que viene al mundo, le guarde Dios, porque una de las dos Españas ha de helarle el corazón.
Y no hablo de fútbol. Ni de las Olimpiadas. Ni siquiera de la prima de riesgo.

domingo, 15 de julio de 2012

Títulos


Desde que escribo, y de eso hace unas cuantas décadas, siempre he sabido, aunque no recuerdo muy bien cómo, que el título es siempre lo primero. De una novela, de un artículo. Quizás no de un poema, porque estos pueden ir por libre. Se les cita por el primer verso y basta. No necesitan nada más. Para eso son poemas. El yo que se sale de los poros. Se les permite todo. Incluso la incoherencia. Se pueden llamar “Sonatina” y hablar del tedio que te lleva a la tristeza. O “Eternidades” y referirse a la creación. Nunca me he preocupado de ponerle nombre a mi poesía. Sonaba bien y punto. Con las canciones ocurre un poco lo mismo. Pueden llamarse “On the corner” y hablar de la pobreza de unos niños que tocan para subsistir. También aquí, en la música, las palabras no quieren ser encorsetadas bajo un título.
Pero, cuando se trata no de desnudarse en primera persona, sino en tercera; cuando lo importante es lo que está pasando fuera, narrar,  opinar,  interpretar, los títulos son lo más importante. Uno bueno te puede llevar a que muchos ojos se detengan en lo que viene después. Uno malo o anodino, a que nadie piense en perder su tiempo en las líneas que lo siguen. Por eso hemos inventado nuevos medios de comunicación que hacen de los títulos una especie de altar: twitter, facebook, diarios digitales. Todos queremos dejar nuestra impronta en un estado, en un comentario, en un tweet. En pocos caracteres. Como en un título. Y, además, no hace falta censura para evitar que nuestro yo se haga dueño de las palabras. Simplemente no nos dejan escribir más. Nos anulan la comunicación. Nos obligan a la tercera persona y a la oración enunciativa. A lo sumo, nos permiten un signo, un pequeño signo, de interrogación o exclamación, para deshogarnos un poquito. Solo un poquito.
Pues bien, hoy no me sale un titular. Y eso que quiero escribir un texto argumentativo sobre lo que está pasando. No sobre lo que siento que nos está pasando. Querría ser lo más objetiva posible. Sin sensacionalismos ni anécdotas. Contemplar la realidad y plasmarla. Solo eso. El miércoles, el Presidente de un país en bancarrota explicó a su Parlamento lo que iba a hacer para evitarla. El viernes lo ratificó mediante decreto. El sábado clausuró una reunión con su partido antes de tiempo y les dijo a los suyos que no se avergonzaran de lo que había dicho el miércoles y había firmado el viernes. El domingo, la Presidenta del país que había ordenado que se hiciera lo que el Presidente de la nación arruinada dijo que iba a hacer, informó de que no había más cuerda que tensar en el suyo pero que todo era por el bien de Europa. Durante esos días, algunos ciudadanos del país arruinado salieron a la calle, un poco molestos. El Presidente los comprendió pero recriminó su poco entendimiento de la situación. El lunes siguiente volvió a subir la prima de riesgo de la nación en números rojos, mientras los que habían propiciado el callejón sin salida de los recortes en los sueldos, en el desempleo, en los créditos, en las aulas y en los hospitales, recibían su compensación para no desaparecer.
Eso, que no me sale un título. Quizás porque no existe o porque lo que nos está tocando vivir no puede ser resumido en menos de diez palabras y sin verbos.

martes, 10 de julio de 2012

Felicidad pasajera. Depresión profunda.






La depresión maniata mucho más cuando no la reconocemos. Somos más que una simple ventana.










Debe ser muy deprimente vivir en una depresión. Ya, ya sé que es una falta grave de narrativa juntar dos palabras de la misma raíz en una misma oración. Pero qué importa. En la depresión no importa el orden de las palabras, ni si hace frío o calor, sol o noche. Yo nunca tuve una personal. Siento más bien una colectiva. Pero he leído relatos de aquellos que la atravesaron. He incluso conversado con personas que la sintieron. Y siempre he llegado a la misma conclusión: debe ser muy extraño estar en vida con ganas de morir. Casi antinatural.

Los edificios siguen estando. Una ventana joven y bien constituida, ubicada en la calle central de una ciudad ve pasar amores, desencuentros, flechazos, acuerdos económicos, rabietas, infidelidades. Ve pasar personas como si la vida no fuera con ella. Colocada en la arteria más callejeada de la urbe, no hace otra cosa que permanecer petrificada. No tiene capacidad de movimiento ni lo pretende. Vive en la más absoluta depresión. La que no te deja involucrarte en lo que te ocurre alrededor. La generación a la que llaman perdida comienza a situarse como esa ventana. Sin respuesta y sin ánimo de responder. Los primeros gritos, que fueron feroces y contra el sistema en general, comienzan a apagarse. En una sociedad con millones de canales de información y conductos por los que expresarse, comenzamos a pensar que nuestra voz nunca será oída. Observamos como un espejismo  cuando un grupo de personas es capaz de caminar por medio país para hacer una propuesta que tenga altavoz en los medios de comunicación. La realidad nos supera porque nunca estuvimos preparados para ella. De repente nuestro ministro de economía pierde funciones. De pronto nuestro banco estatal pasa a ser vigilado. O lo que pueda venir. Pero permanecemos impasibles. Porque no sabemos qué hacer ya. Estamos deprimidos económica y anímicamente. Las monedas no tienen ojos y boca, pero la generación perdida sí. Y sueños.

¿Y qué es lo peor de esta depresión? Que tiene momentos felices. Porque no pasamos hambre. Salimos de fiesta. Besamos a unos y a otras. Nos tomamos una copa con el amigo de toda la vida. Nos drogamos, hacemos locuras y acabamos volviendo a casa a las 8 de la mañana, tras un día entero de fiesta, para el regocijo del vecino empresario y el alimento de su pensamiento de que los jóvenes no trabajan porque no quieren. Y pasa un día, y otro, y la herida se va haciendo mayor. Nos vamos desangrando lentamente. La generación perdida ya no lo es porque la pierda el país. Es porque nosotros mismos estamos perdidos. Y comprobamos además cómo somos una ventana mirando a la muchedumbre sin poder articular palabra. La depresión la pasamos juntos. Con felicidades cotidianas. Pero quizá haya llegado el momento de desnudarse. De no reírnos cuando decimos que estamos mal. De no escondernos en los cuatro duros que nos pagan los empresarios “caza licenciados con vocación que van a aceptar un mísero sueldo”, ni en el tópico de que al menos tenemos salud. Nosotros queremos vivir. Queremos tener objetivos. Queremos servir. Queremos cambiar lo que ocurre a nuestro alrededor a pesar de que no lo estemos pasando tan mal como para que las personas de nuestro alrededor sientan lástima de nosotros. Queremos que nuestra voz se oiga y que el porcentaje de jóvenes desempleados no se quede en el antetítulo de una noticia. Detrás de ese número hay sueños perdidos. Hay personas con capacidad aceptando trabajos irrisorios. Hay depresión.

No sé dónde vamos a llegar. Quizá hoy tenga un día pesimista y mañana lo vea mejor. No dudo de que este fin de semana me volveré a emborrachar y a reír. A pensar que esto es pasajero y a tratar de arreglar la crisis económica con una copa en la mano. Pero eso no significa que no veamos lo que ocurre, y lo que parece que nos queda por pasar. Basta de tener complejos por tener la suerte de ser sustentados en nuestra mayoría por nuestros padres. Eso no es una suerte. Es una desgracia. 

viernes, 6 de julio de 2012

Incertidumbre


Cuando no se sabe qué va a pasar, todo es bastante excitante. La mayoría de las personas nos aburrimos con lo predecible. Si sabemos, por ejemplo, que todo es una balsa de aceite, que nos quieren, que no nos van a echar de ese trabajo al que odiamos, que la mañana siguiente va a ser como la de hoy, que compraremos cada semana lo mismo en el supermercado o que seguiremos con los ritos de toda la vida, pues… nos irritamos. La adrenalina no surge. Se queda paradita y nos invade una especie de desasosiego fruto de la calma, que nos hace ponernos de mal humor.
Pero cuando no sabemos qué va a ser de nuestra vida, vivimos. Es un poco una tontería. Por un lado, debe ser cierto eso de que, si no te sube la tensión, tu supervivencia está más asegurada, aunque sea un poco sosa, descafeinada, sin altibajos. Pero, por otro, cada pálpito de tu corazón que sea un algo descompasado y un algo fuera de lugar, hace que lo impredecible se convierta en una especie de rejuvenecimiento que, también, por supuesto, te lleva a sacarte de ti mismo. Aunque eso sí, el final de estas arritmias es un tanto indeciso. O te encumbra al éxtasis o te deja caer al precipicio. Vamos, que o te lleva a la UVI o al cielo, que, a lo mejor, son la misma cosa.
Todo esto viene a cuento de ciertas cosas que últimamente nos desvían del camino seguro. No sabemos qué puede pasar mañana. No solo con las dichosas bolsas, venga a subir y a bajar. No solo con qué será lo próximo que abandonemos en la cuneta con esta maldita crisis: la Sanidad universal y gratuita, la Educación para todos y sin reválidas, el cuidado de nuestros mayores, nuestro derecho a un techo bajo el que dormir… No solo es eso sino que nuestra vida entera se ha puesto patas arriba. Y no estamos muy seguros de que eso sea bueno o malo.
El acomodarse a lo predecible es placentero. Todo tiene su lugar, nada se inmuta. Nietos de los que lo pasaron mal, estábamos acostumbrados a no torcernos: pedir y encontrar, quedarnos sin trabajo y cobrar el paro; hallar el amor de nuestra vida junto a  una boda de lujo con viaje a Punta Cana; ser padres y tener la seguridad de no tener que desvelarnos por los pañales, la guardería, el puesto escolar e incluso la plaza universitaria; envejecer y pasar los últimos años en un hotelito de Mallorca sin preocuparnos, porque, cuando llegara la hora, tendríamos alguien cuidándonos o una plaza en la unidad de una muerte digna; o quizás, pasar de todo eso y seguir disfrutando, siendo distintos.
Pero ese anidamiento se ha terminado. Nos ha durado exactamente treinta años. Ahora, otra vez el desasosiego que sentían nuestros abuelos se ha adueñado de nosotros. Hoy nada está claro. Perdemos los empleos, nos bajan o nos quitan nuestros salarios,  nuestros hijos no podrán lograr lo que nosotros tuvimos, nuestra muerte será la triste muerte de siempre. Y a pesar de eso, sentimos que quizás sea el momento de volver a gritar, de perder el miedo, de requerir a aquellos que nos hicieron creer que no había que moverse para lograr un sueño. De salir a la calle porque estamos plenos de dudas y ya no nos creemos nada. Porque la incertidumbre nos hace libres aunque para ello tengamos que hacer tabla rasa con los que nos convirtieron en una gran mentira.

miércoles, 27 de junio de 2012

Los pobres y un balón


Hoy es otro gran día. Sí, otra vez. A ver, en algo hay que entretenerse, eso sí, si el FMI nos lo permite. Lo mismo les parece mal que Portugal y España anden descabezadas y locas por noventa minutos detrás de un balón. Lo mismo piensan que deberíamos vestirnos de luto, apagando televisores para no gastar luz. Quizás sería mejor que le regalásemos el título directamente a Alemania, que al fin y al cabo, es la que paga la indolencia y el despilfarro de lusos y españoles. La pobre. Una cosa es tener que dirigir Europa, dictar las normas de la economía del euro, poner condiciones para seguir sacando beneficios en la lucha de deudas, andar de acá para allá cargándose el bienestar, y un poco más, de todo país que pida algo, y otra, muy distinta, el colmo de los colmos, poder ser despedida sin piedad de la Eurocopa, bien por un país al borde del precipicio como Italia o bien por una Península Ibérica a la que tanto está ayudando y que tanto le debe. Pobre Alemania. Lo dicho, mejor no jugamos, nos retiramos a llorar nuestros pecados, le regalamos el balón y aquí no ha pasado nada.
Ya llegarán otros campeonatos que ganar. No seamos egoístas. Ahora es el momento de  agradecerles a los germanos que tengan tanta consideración con nuestros bancos que, pobrecitos, están dejando de aumentar sus ganancias, o con nuestros gobiernos que ya no saben qué hacer para ceñirse el cinturón del déficit. Que Cristiano e Iniesta se vayan ya de vacaciones, que no se empecinen en ganarse el uno al otro para llegar a  enfrentarse a ellos, que se pongan a trabajar para la liga que viene. Ellos que pueden. Mientras, nuestros jóvenes que se dejen de tanta banderita y tanta bufandita, de tanta cerveza delante del plasma o tanto canto. De tanto aprobar la Selectividad para meterse en una fábrica de parados. De tanto echar currículos malgastando dinero en papel. Que se olviden de las redes sociales para animar a sus respectivos equipos.
Los pobres, y Portugal y España lo son, no tienen derecho a un balón de cuero. Si acaso de trapo. Y eso si es que los trapos se devuelven después, A un diez por ciento de interés.

sábado, 16 de junio de 2012

Érase una vez


En los últimos meses tengo la impresión de vivir dentro de un cuento. Bueno, no dentro de un cuento como género literario sino más bien dentro de un cuento como si fuera otra dimensión. Vamos, que no me lo creo. Desde que Zapatero admitió que las cosas no iban bien hasta que llegó Rajoy afirmando que todo era un desastre y que él tenía la varita mágica para que volviéramos a la senda apropiada, ocurrieron algunas cosas. Por ejemplo, aquellos que habían pensado que no estaba mal eso de hacer de España un país en el que todos pudieran encontrar su norte sin molestar al vecino, sin tener que dar cuenta de sus preferencias sexuales, sin pensar que solo desde un colegio de pago o desde un seguro privado, se podía llegar a ser persona y de que tener una casa en la playa e irse de vacaciones a Punta Cana estaba al alcance de todo el mundo, esos, de pronto, se dieron cuenta de que habían sido timados. De que eso no era para siempre y de que los otros, los de arriba, habían estado agazapados, quizás riéndose de tanta ingenuidad, esperando que esas vacas gordas volvieran a ser flacas, para recogerlos en su regazo, como al hijo pródigo, diciendo: vale, ya has jugado a ser progresista, a imponer tu maldita Educación para la ciudadanía, a casar a las peras con las manzanas, a compensar a las mujeres que siempre han malgastado su vida cuidando a sus mayores, a permitir que los que llegan tengan los mismos derechos que los que llevamos un montón de siglos aquí. Y se rebelaron por ingenuos. Y cuando se dieron cuenta de que no había bastante para todos y todo, pidieron, de rodillas, que volviera el patrón. Y lo votaron.
Ahora tenemos al patrón. Un patrón un poco descafeinado. No es Aznar, con su bigotito analógico y triunfador,  pero es más listo, en cierto modo; no sale de su metro cuadrado, así lo maten. No se posiciona, no recurre al campo abierto. No se enfrenta porque no está. No hay manera de pillarlo en un renuncio como al otro. No pone los pies en la mesa mientras entona un hilarante acento. No se codea. Jamás tendremos de él una toma falsa. Ni siquiera el otro día, cuando se puso el mundo por montera y se fue a que lo vieran todos los mandatarios europeos, exponiéndose a las críticas, mientras España, su España, se jugaba el ser o no ser ante una red. Aguantó el tipo. Un empate y no tuvo que soportar que los alemanes, que los holandeses, que los italianos, que hasta los griegos, prestos desde el día anterior a criticarlo,  se cebaran en una foto, la del triunfo: Rajoy abrazando, Rajoy sonrisa, que hubiera sido portada mientras su “patria” acababa de ser hipotecada en su futuro.
Yo sigo pensando que vivo como en un cuento. Nada es verdad. Ni la prima de riesgo, ni el rescate a la Banca, ni la lividez de los ministros, ni esa especie de fantasma que me gobierna y que, seguramente, esta noche, ya ha decidido que me va a subir el IVA y que me va a bajar el sueldo. Lo siento, así, en nebulosa, como en los malos relatos en los que la acción se enreda tanto que no hay forma de encontrar un final coherente. Como cuando el escritor es tan poco hábil que esboza personajes planos, sin historia, en espacios previsibles, con flash – back inverosímiles y con desenlaces que hacen al lector no desear nunca más leerlo.
Pero seguramente esta especie de salida de la realidad que me hace no dormir, comer poco, mirar hasta el último euro que me gasto u observar con desconfianza a los cajeros automáticos, no es más que una especie de enfermedad, un tanto contagiosa, de la que nada saben los demás. La vida sigue. Y tener un fantasma en la Moncloa no es tan grave. Es tan solo un accidente. Es un Érase una vez. Y los cuentos, ya se sabe.

domingo, 10 de junio de 2012

Presagios

Es la una y media de un día de junio, domingo. Nos hemos puesto la camiseta blanquiverde y encima, la roja. Andamos un tanto mareados con los colores. Hemos sido "ayudados" sin saber mucho sobre el cómo y el cuándo. Hoy no importa. A las tres, la armada española;; a las seis La Roja; a las siete y media, Alonso; a las ocho la "ciudad califal" jugándose un sueño. Dentro de nueve horas sabremos si lo que han pedido los del PP en sus oraciones, se cumple  y mañana, lunes, los españolitos y los cordobesitos de a pie, iremos a trabajar tragándonos eso de que tenemos un Presidente muy guay que es capaz de poner a media Europa derecha para romper su hucha y donarnos sus tripas sin casi nada a cambio; o si Dios no ha estado de su parte y los ha abandonado y  nos daremos cuenta de lo que ha significado este fin de semana. Yo, por si acaso, tengo la cervecita, marca blanca, metida en el frigo. Y mi camiseta verde en el armario, planchadita y todo. Por lo que ocurra. Si casi todos ganan, creeremos en eso de que no ha sido tan grave, en que los de Bruselas son tontos y no nos va a costar ni un euro más rescatarnos, porque somos más inteligentes que los pobres griegos y estos no tenían a un super gestor capaz de sacrificarse volando unas cuantas horas ida y vuelta, perdiéndose el tenis, que es lo que le gusta, para su salida virtual  mañana en la portada de todos los diarios, feliz, con sus tres puntos de oro en el bolsillo, y diciendo que me quiten lo bailao. Y todos brindaremos y nos emborracharemos,  y olvidaremos los rescates y demás sandeces. Pero si, por azares del destino, que para eso es destino y no certeza, Torres no tiene su día o Casillas anda un poco torpe, Nadal sigue con sus fantasmas, Alonso no tiene un coche a su altura  o el Valladolid piensa que ya ha llegado su hora, mi camiseta verde me recordará que el año que viene tendré menos compañeros, que habrá que pagar por ponerse enfermo, que quizás no lleguemos a fin de mes o no podremos pagar a ese banco que ha sido "auxialiado". Ahora, que son las dos (la lentitud de la escritura) no sé si deseo los triunfos deportivos o los fracasos que nos hagan abrir los ojos. Al fin y al cabo, un país que se lo juega todo a un resultado deportivo, quizás no merece ser más de lo que es. Y aún así, os juro, prefiero ir mañana a trabajar con un poco de resaca que con los ojos hinchados de tanta ocasión perdida.

sábado, 9 de junio de 2012

La vida se hace a descosidos


Que la vida se hace a descosidos, ya lo sabemos. Que no existen las líneas rectas ni los atajos, también. Que los hilvanes que le vamos echando a eso que llaman vida llegan a ser casi reales hasta que, cuando menos te lo esperas, se deshilachan poquito a poco, es casi una verdad universal. Un día es solo un puntito pero al siguiente te das cuenta de que deberías haberlo cosido al principio, de que ya es tarde para hacerlo y de que el roto se muestra implacable ante tus ojos. Y de que ya no hay marcha atrás: o tiras aquello por lo que has luchado y que tan bien te sentaba, o sales a la calle poniéndote el mundo por montera, con tu remiendo y sin pedir perdón.
 Un día te levantas con la certeza del todo en orden, de tus cosas puestecitas en su sitio, de tu pequeño oasis, y en un minuto, tu torre de marfil se tambalea y sus cimientos se hunden. Y tu vida se descose. Un trabajo perdido, un abandono, una muerte. Un descosido. Unos ojos que no te miran, un despido, un suspenso, un terremoto, una guerra. Y el roto se hace tan grande que no hay aguja que lo enmiende. La línea entre la normalidad  y el caos es tan débil como nuestro deseo de que todo permanezca igual. En el fondo, siempre anhelamos ser otro, mudar de estado, obtener lo que no hemos visto nunca; pero, cuando perdemos nuestro pequeño espacio, todo se derrumba y es solo ese el que queremos recuperar.
Si, hace dos o tres años, nos hubieran preguntado si preferíamos quedarnos como estábamos o huir hacia adelante un paso más, sin duda, hubiéramos respondido lo segundo: quiero un apartamento en la playa, un coche más grande, una mujer más joven, un marido más detallista o un hijo ingeniero aeronáutico.  Ahora nuestros anhelos pasan por mantener intacto aquello que nos hace sentir que nuestra vida no se va a deshilachar: cuatro paredes donde dormir, una espalda a la que acariciar, una ocupación a la que acudir. Ese virgencita que me quede como estoy nos lleva a sacrificar lo mejor de nosotros mismos, a desear que le pase a otro lo que no queremos que nos pase a nosotros, a conformarnos con los que nos gobiernan, a tirar la toalla ante un adversario que ha conseguido que creamos que los descosidos son cosa nuestra.
Es verdad, la vida se hace a descosidos, pero también a dobladillos y a pespuntes. Solo tenemos que ser los sastres de nuestro propio devenir. Y apropiarnos de la tijera y del hilo.

viernes, 1 de junio de 2012

Fin de semana

Hoy no quiero hablar de política ni de economía ni de teología, ni de ninguna de esas cosas que hacen que las personas sientan como su cabeza y su corazón se aceleran y, además, sin ninguna compensación.. No quiero hablar otra vez de aquello que mascamos en el café, en el cigarro casi clandestino a la intemperie, en los tiempos muertos de los ascensores o de los trabajos, en el varguitas noctámbulo cuando se ha ido el calor. No me apetece. Empieza el fin de semana y me gustaría escribir del verano, del salmorejo, de los planes de unas vacaciones que vendrán o no vendrán. Del amor o del desamor cuando se dan la mano. Del cansancio cuando llega la noche y uno se pregunta si al día siguiente le tocarán esos millones que parecen que están suspendidos sobre nuestras cabezas, esperando señalarnos, como varita mágica, para no oír nunca más el maldito despertador o no tenerlo, así, del tirón. No necesitarlo.
Y seguir conversando sobre la vida, pero sobre aquella que se parece a los anuncios de cerveza: gente bailando, gente gritando, abrazándose, besándose, gente con ropa de colores chillones, con sus niños y sus viejos cogidos de las manos. Todo en fondo rojo porque empieza el mes en el que España se dejará invadir de colorado, en los balcones, en las salas de estar, en las aceras, en los sueños del no hay dos sin tres, casi olvidando que no puede haber tres sin dos, porque los hubo.
Y qué bonito: parados, pensionistas, deshauciados, indignados, jóvenes sin futuro... qué bello: todos danzando como si nos hubiéramos despertado de un mal sueño y otra vez fuéramos felices y los bancos nos oyeran y los gobernantes continuaran contándonos cuentos con final feliz. Érase una vez un país en el que casi todos mandaban un currículo  y se les leía y hasta se les citaba para un trabajo, en el que casi todos pedían unas monedas para vivir bajo techo y se les permitía vender su alma por treinta años, en el que las agencias de viaje creían que casi todo el mundo podía permitirse hacer un crucero o pasar una semana con la pulserita en un "paraje ideal". En el que casi todos pensaban que  la gallina de los huevos de oro la habíamos alimentado para que fuera inmortal y no una gallinita con pies de plomo.
Ahora sabemos, porque somos muy listos, aunque hayamos caído en la trampa de creer en los cuentos de hadas, que seguramente nos tendremos que conformar con pasar los fines de semana abanico en mano y botijo en la garganta. Sabemos, porque no somos tontos, que cada vez hay menos gente en la cola de los supermercados y en las carreteras y hasta en las tiendas de todo a un euro, pero... ¡qué alegría de sábados y domingos!, con sus espacios en blanco, con su indolencia entre las sábanas, con el griterío de los niños que no van a la escuela. Con la buena noticia de que la Banca no abre, ni hay Consejo de Ministros, ni Bruselas chilla, ni Bankia pide más millones. Ni siquiera juegan, este fin de semana de mayo - junio, el Madrid ni el Barça.

sábado, 26 de mayo de 2012

De bancos y sociólogos

Es cierto que la huelga de la comunidad educativa del martes pasado dejó mal sabor de boca. Y es que ya no se sabe que tienen que hacer estos tecnócratas que nos gobiernan para que la ciudadanía diga que hasta aquí hemos llegado. Ni siquiera la noticia de que el dinero que se iba a recortar (sí, el verbo es "recortar" aunque no les guste) a  Sanidad y  Educación, iban a dedicarlo a sanear a una de las entidades bancarias responsables de que estemos como estamos, dejó las aulas vacías.
La sensación de que ya no hay nada que hacer cada día cunde más en las salas del profesorado, en los almuerzos de familia, en las tertulias del café. Es como si esta marea oscura que comenzó en los espacios  etéreos e incomprensibles de los índices bursátiles, hubiera inundado cada acto y pensamiento en esta España que se ha acostumbrado a vivir en una crisis perpetua. Que hay que pagar más por ir a la Universidad, pues, bueno, o se paga o no se va. Que nuestros niños van a estar codo con codo con sus cuarenta compañeros, en el mismo espacio en el que antes estaban con treinta, pues se ponen a dieta de dulces y de conocimientos, y a otra cosa. Que nuestros mayores tienen que estirar aun más sus pensiones para ir a la farmacia, pues que no enfermen o se mueran directamente.
Eso lo debe de entender muy bien nuestro sociólogo de cabecera, el Ministro Wert, que para algo es sociólogo de máster. Cuando le ofrecieron la cartera, debió pensar que su ignorancia sobre normativa educativa y teoría pedagógica, no era ninguna dificultad para su cargo. Sabía mucho de sondeos de opinión, medios de desinformación y cosas de esas que le han servido, seguramente, para intuir que hiciera lo que hiciera, los españoles estarían más ocupados en la tarea de llegar a fin de mes y no perder su puesto de trabajo en el intento, que en reflexionar sobre inversiones de futuro. Al fin y al cabo, dirá el padre de familia o el maestro, bastante tenemos con lo que tenemos para ponernos ahora a salvar generaciones perdidas.
Una generación perdida, se dirá Wert, es solo eso, una generación perdida. Sin embargo, un banco perdido es una catástrofe en toda regla.

viernes, 18 de mayo de 2012

Cuando las cifras dan dolor de cabeza

Creo que estos que nos gobiernan están empeñados en que aprendamos matemáticas. Y lo hacen a base de inundarnos cada día con eso que llaman noticias y que, en realidad, son ya como pompitas virtuales que se deslizan por las ondas, por las portadas, entre el anuncio de un nuevo coche que nadie va a comprar y un vídeo bajado del youtube. Cifras. Están las de la Bolsa, las del paro, las del déficit de las comunidades autónomas; también las de los recortes, las de las subidas de impuestos, las del IPC y las de las agencias (esas siempre acompañadas de diplomas al alumno más aventajado o a aquel al que comparan con un contenedor de residuos)Y no vienen solas. Llegan con un cortejo de porcentajes, de tantos por ciento, de fracciones, de números enteros y decimales. Así no hay quien viva. Ayer un banco medio embargado perdía, como es de ley, un montón de valor en el camino. Hoy lo recupera con creces. Ayer una comunidad autónoma no tenía más remedio que aceptar que debía más de lo que decía y hoy otras, que habían callado mientras escondían sus deudas en un cajón, sacan los trapos sucios sin inmutarse ni desdibujar una sola línea de contorno de ojos ni arrugar un milímetro su vestido. Claro que, como no somos expertos en Cálculo (fuimos a la escuela pública) no se nos ocurre pensar que detrás de las subidas y bajadas de dicha entidad bancaria se oculte el mecanismo de la especulación ni que tras ese momento arrepentimiento de Madrid o Valencia, se esté encubriendo el hecho de que estén gobernadas por el PP desde hace, ¿cuántos?, años. Nunca he sido muy buena para los números. Soy de letras. Pero prometo que, después de esta lección magistral que nos están impartiendo Rajoy y Montoro y De Guindos, voy a esforzarme mucho para no aprender de economía. Total, da lo mismo, siempre me ponen en el examen lo que no he estudiado. L.R.CH.

martes, 15 de mayo de 2012

Tulipanes

El despertador sonó esta mañana a las siete, como todos los días. Y oí las noticias, como todos los días. Y, como todos los días, la voz del locutor se fue metiendo por mi pie izquierdo para inundarme de malos augurios, de oscuras cifras, de opacos presagios. Lo que todavía no sabía era que, horas más tarde, se habrían cumplido y que otra vez me tocaría a mí vivir con menos. Lo que todavía no sabía es que me pasaría la mañana entre el corazón que me decía que siempre pagamos los mismos y la razón que me hacía comprender que este camino, aunque fuera injusto, podría hacer que otros no se levantaran a las siete porque ya no tendrían que ir a ningún sitio. Y lo que verdaderamente no sabía es que un hombre llamaría a mi puerta y pondría en mis manos un ramo de tulipanes llegados de Bournemouth, y que al olerlos sentiría que el día había mejorado, que me sentiría querida y que daría por bueno ganar menos a fin de mes si los que son como mi hijo, los que han tenido que salir, los que quedan aquí, los que están creciendo, los que se sienten tristes en este 15 M de aniversario, pueden llegar a tener la oportunidad que tuve yo de ser libre. Muchas gracias. Te quiero. L.R.CH.

Mamá.

Un abrazo. Una sonrisa. Un beso. Un grito. Un enfado. Ella lo tiene todo. Dentro de ella he podido sentir todo lo que se conoce. Amor, odio, impotencia, esperanza. Cada día de una vida tiene como característica común que ella aparece en algún resquicio entre las 24 horas. Se puede estar a miles de kilómetros, con numerosas copas de más, entregando el cuerpo a otra persona o trabajando arduamente en una tarea que ella nunca hubiera podido imaginar. Pero siempre hay una conversación, una reflexión, una acción, que te lleva a ella. A su tono de voz a la hora de aconsejarte. Siempre acabamos buscándola cuando no sabemos qué hacer. Cuando nos sentimos aterrados o felices. Cuando tenemos que contar algo. Vamos a ella, como siempre estuvimos. Por eso no hay distancias, porque siempre está ahí. Por eso no hay muertes que separen. Porque ella siempre está ahí. Pase lo que pase, ocurra lo que ocurra… aparece, sin más. Sin ser llamada. Y eso, no se puede comparar. Muchas felicidades, mamá. Por todo. Y sobre todo, por lo que hiciste sin saberlo. Te quiero.

sábado, 12 de mayo de 2012

Vaivenes

Yo tengo un trabajo que es como la antigua mili, en la que los hombres se encontraban durante un tiempo prudencial, sentían cosas muy fuertes, bebían, comían, sufrían, tenían el subidón del cariño desmesurado y luego, en una noche. lo olvidaban todo y retornaban a su vida antes de. Mi trabajo va de eso. Pero con repetición. Todos los cursos contemplo caras nuevas, siento sus penas y sus momentos de euforia. Su rechazo y su cercanía (eso, de vez en cuando) Me aprendo sus nombres (nunca sus apellidos) Comparto una hora con ellos, o nos tomamos un café. Nunca nos formamos en montar un arma, pero muchas veces tenemos un enemigo virtual común y diseñamos estrategias. No dormimos juntos pero pasamos tardes en compañía, momentos duros, otros no tanto. Y ahora debo acostumbrarme a no verlos más. Yo también empecé como ellos. Cogiendo mi bolsa, dejando mis cuatro paredes confortables, a veces abandonando a mis hijos, al amor de mi vida, o un trabajo seguro. Tuve suerte, me situé en el otro lado, en la seguridad de ver a los primos o a los hermanos de aquellos a los que había explicado el mester de clerecía o las subordinadas sustantivas. En la seguridad de no moverme. Ellos, los jóvenes maestros, profesores, tendrán que esperar mucho más. Y encima, me hacen sentir culpable porque mi sueldo a fin de mes depende hoy de su vaivén en la búsqueda de ¿qué? Hay una acepción en el diccionario de la RAE de la palabra "interino" que me encanta. Es la de "sirvienta de una casa particular que no pernocta en ella" Dejando a un lado la poca capacidad de nuestra alta institución para amoldarse al habla y su predilección por quedarse en la norma, obviando el contexto por ser extralingüístico (o eso dicen ellos), en realidad tienen hasta razón si pensamos que un interino es la persona que le saca las castañas del fuego a la Administración pero sin pasarse, sabiendo siempre que no podrá quedarse a descansar. que habrá siempre que irse. Y yo no dudo de que ello sea necesario pero me apena ser un poco inteligente y reflexionar sobre las fuerzas que hemos gastado en formarlos, en hacerlos competitivos, en engañarlos diciéndoles que un título siempre será un titulo. Para decirles después que no hay sitio para ellos, que estamos nosotros, los que trabajaremos más, los que nos tragaremos 39 alumnos por aula, los que llegamos antes que ellos. Yo, si fuera joven, pediría el billete de vuelta y me dedicaría a acampar en la Puerta del Sol, aunque no me dejaran, aunque esos otros que decidieron no ir a la universidad y coger un casco, que tardaron menos en conseguir el sueño de cobrar a fin de mes, no me entendieran y repitieran consignas mientras levantaban vallas para no mostrar la indignación en los telediarios de las tres. Pero, bueno, que echaré de menos a mis compañeros itinerantes, seguro que los niños también y hasta los padres de los niños que ya no se creen eso de estudia mucho y podrás ser independiente. A mis compañeros interinos les quedará Berlín. Siempre que sepan amasar una pizza o hacer una cama. L.R.CH

viernes, 11 de mayo de 2012

Razones para una protesta

Si William Wallace levantara la cabeza, la volvería a enterrar entre los gusanos compañeros de su cuerpo durante los más de 7 últimos siglos. Wallace, o Copérnico, o Galileo, o Jesucristo. Jesucristo que desde luego no leería La Razón, y menos el panfleto episcopal que se adjunta semanalmente con ¿noticias? de la Iglesia (noticia tiene como característica principal la novedad, algo que no casa bien con la Iglesia. Quizá porque ambas palabras son femeninas, y su matrimonio, según la teoría de las peras y las manzanas de Ana Botella, no es posible). En fin, que lo que me viene aquí a vomitar unas cuantas palabras entrelazadas es el despertar de este viernes 11. Vomitar no es una palabra que haya salido por casualidad. Náuseas es lo que me provoca normalmente la prensa reaccionaria y los portadores de los argumentos de la misma (véase Alfonso Ussía o César Vidal). Náuseas, pero sobre todo la punta de su iceber, la que intenta vender periódicos. Después escuchas a miembros de esa misma prensa en otro contexto, tal y como lo hice ayer con la directora adjunta de La Razón en La Ventana de la Cadena Ser, y aunque puedas estar o no de acuerdo, lo que explica me parece correctamente argumentable. No hay falacia. Pero amigo, hay que vender el periódico. En este caso, el mismo que se ofrecía con un croissant las mañanas del domingo. Ni en la iglesia se repartía, se contaba. Pues bien, hablo de la cruzada llevada a cabo por La Razón en contra de los catalogados por este mismo diario, como instigadores de las revueltas estudiantiles, presuntamente violentas, que conllevarían la quema de contenedores y la muerte de numerosos civiles. Todo por unos recortes en educación, que en realidad son necesarios para que la sociedad se percate de la inopia en la que hemos vivido desde que se universalizó la educación sin cobrar peaje por ello. Por supuesto, los analistas conservadores, nos veían desde fuera conversando entre ellos: “verás cuando se den cuenta de que el dinero se acabó”; “lo están malgastando”. Ahora salen a contarnos que nos avisaron. Y a minusvalorar y desdeñar las voces que discrepan con su opinión. La única viable por supuesto. Por ello, el jueves amanecía con la portada tendenciosa: “Los malos estudiantes agitan la educación”. Seis palabras, solo seis, que encierran una mezcla de mentira, intento de manipulación y miedo, que llevaba sin ver en la derecha. Ante tal hecho y tras mi larga introducción para mis ideas, me gustaría asentar dos pensamientos de manera concreta a través de las palabras: a)Para defender los derechos más elementales de las personas, no hace falta ser un letrado, un experto en la materia sobre la que se discute o una persona que lleve 60 lustros investigando sobre el tema. Entre otras cosas, le quedaría poca vida para defender lo que hubiera investigado. Por esa regla de tres, y quizá rozando la demagogia, pero no cayendo en ella, no podría convencerme nadie que no fuera el Papa o un miembro de la iglesia muy bien colocado, de que existe dios. Para defender un derecho, basta con sentirse atacado. Es suficiente la sensación de que hay algo injusto. Incluso aun siendo verdad que estos jóvenes no tengan un excelente expediente, no importa. Está en juego la educación. No un puesto de trabajo de estos líderes sindicales. Son meros conovocantes de una manifestación que cuenta con el apoyo de gran parte de la mayoría. b)El número de las personas en una manifestación no altera la validez de lo que se manifiesta. De ahí acordarme, al principio del vómito, de grandes héroes de la historia, a los que si se hubiera valorado por la corriente de personas que arrastraba, jamás hubieran conseguido su objetivo. No me importa que sólo hubiera 28 personas en la puerta de La Razón manifestándose por el ataque de la portada. Me importa que no había nadie en la puerta del resto de los periódicos manifestándose. Una idea está creada. Es suficiente, no hace falta más. Da igual que sean cuatro gatos, si es que lo son. Que es como se les desprecia. También serían cuatro gatos los que empezaran a ponerse en contra de Franco, o de cualquier otro dictador, y no por ello su idea tenía menos valor. No importa la cantidad, sino la calidad. Y en este blog, que recoge el nombre de uno de esos héroes anónimos que no llegaron a pasar a la historia, siempre habrá espacio para destacar el movimiento que no es de masas. No posicionaré mi postura ideológica sobre los recortes, la portada o la forma de manifestarse (aunque está claro que se puede intuir). No quiero, lo dije desde un principio, conversar sobre política, porque para eso está la reunión física. Pero sí quiero aclarar, a quien tenga el valor de haber llegado hasta aquí, la manipulación que algunos periódicos realizan. Y lo hacen todos. Pero La Razón, esta semana, rozó el escarnio. Por último, una última reflexión: ¿no parece sorprendente que la educación pública, tema que nunca importó a La Razón, se haya convertido en caballo de batalla esta semana y tema principal, cuando se estaba desmoronando el cuarto banco de Espana? Pues ahí tienen señores, la causa de esta manipulación previamente descrita. D.A.R.

jueves, 10 de mayo de 2012

Invocando a Tzara

De verdad que me he tomado cuarenta y ocho horas de reflexión. Primero, en el fragor de lo obvio, pensé en invocar a la paradoja de los 10.000 millones versus 11.000, gana la banca, pierde Sanidad y Educación. Luego, más tranquila, después de escuchar la cola del autobús y las noticias de las nueve, aunque no en ese orden, he llegado a la conclusión de que eso era lo que se esperaba. Que estaba premeditado. Que lo que se pudiera escribir sobre esa antonimia, estaba decantado desde el momento en que se recortó y se ideó la semana. Así que, me dije, pelillos a la mar. Esperaré otra feliz estratagema, porque soy muy lista. Pero, de verdad, lo prometo, nunca imaginé que hoy pudiera decir que he sido derrotada. No han creado el chiste fácil, la pancarta deliberada, el eslogan premeditado. Ahora lo que existe es una búsqueda a ciegas de la palabra que lo resume: "dadá". Y me imagino, a principios del siglo XX, a aquellos que estaban intentando cargarse el mundo que los rodeaba, aunque nadie supiera que lo estaban haciendo. Los imagino llenos de absenta y humo, de noches sin dormir, de esa euforia que da lo que sabes que te hace menguar sin hacerlo a otros. Y si ellos, por asomo, hubieran pensado que, casi un siglo después. algunos, dentro del mundo al que querían espantar, hubieran llegado a ser tan maliciosos como para retomar su absurda forma de ver el mundo y hacer de lo blanco, negro, creo que se hubieran dedicado a seguir expresándose en sonetos y redondillas. Pero no. Los falsos dadaístas de ahora han nacionalizado un banco para no darse con el muro de la justicia y no han tenido ningún pudor en presentar a la ciudadanía un dos frente a dos y medio, como si les diera igual lo que deduzcamos; como si creyeran que son los Tristán Tzara del 2012. Bueno, al fin y al cabo, todo lo que parece que se enfrenta a ellos, termina por leerse en los libros de Historia, Como una anécdota. L.R.CH

sábado, 5 de mayo de 2012

Espejos cóncavos

Al final va a tener razón don Ramón. Y eso que lleva casi un siglo muerto. Los héroes clásicos tienen que mirarse al espejo para comprender que no son más que lo que somos todos: un cuerpo con necesidades fisiológicas y ningún glamour. Y con tapes. El otro día escribía yo sobre el eufemismo que últimamente ha invadido España y sus habitantes. Hasta en la cola del súper se nota. Hablamos de estabilización incrementada del precio de la leche o de reforma al alza del coste de los huevos. Pero, bueno, aún así, aunque no lleguemos a fin de mes, aunque nos deban (o mejor, nos hayan retenido momentáneamente) cuatro meses de paga, aún así, digo, o no vamos de vacaciones o no nos llevamos la fiambrera debajo el brazo. Claro que tenemos lo que hemos querido. Un presidente que se lo curra (él, sí) que sabe que si un periódico casi llega al clímax viéndolo así, tan de andar por casa (yéndose de fin de semana, sí, pero sin molestar a nadie, sin helicóptero, con media escolta, porque no tiene más remedio) lo va a sacar en portada, le va a dedicar un editorial o un artículo de fondo, pues se mete en la cocina, hace una tortilla de patatas y unos filetes empanados y se va, sacrificándose por la patria, a donde haga falta. Nuestro don Ramón le hubiera dedicado no un esperpento sino dos. Uno con la Cospedal acompañándolo en una tournée por Castilla la Mancha y otro con Ángela MerKel, robándole la cartera en la puerta de la Moncloa. Ya no puede ser. Nos tendremos que conformar con las palabras de aquellos que han vuelto a poner de moda los espejos cóncavos. Pero sin clase. L.R.CH.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Sin cortinas

Enumerar las redes sociales que disponemos puede ser una temeridad. No se acabaría nunca. Esta misma plataforma, este blog oculto entre millones que deben existir en el mundo, forma parte de ese elenco. Las grandes redes, véase Twitter o Facebook almacenan millones de datos. “Millones de datos” resulta demasiado frío como para ser real. Y no hay mayor realidad que lo que se escribe en estas plataformas. Conocer la hora a la que se duerme aquella persona con la que cruzaste tan solo 20 minutos de palabras de tu vida, pero que sirvieron para cruzar los datos de Facebook, es todo lo contrario a frío. O al menos así lo quiero ver. Yo, una persona, que aun siendo joven, he vivido el cambio desde lo analógico a lo digital. “Día muy duro. Me voy a la cama”. Classic Status. Ya conoces dos datos de una persona que no te importa absolutamente nada. Que su éxito, triunfo, pérdida, desgracia, muerte, nacimiento de un hijo, no daría para nada más que, como mucho, un comentario con uno de esos “mutual friends”, y como mínimo un aislado y simple pensamiento. Pero conocer lo más ínfimo e informativamente pobre, ha sido objeto de reportajes, estudios incluso, acerca de cómo nuestra sociedad está mediatizada por las redes sociales. Sobre cómo se realizan acciones mientras se piensa en una buena frase que las resuma. O, por supuesto, el hecho de capturar fotografías, no ya para el disfrute personal, sino con el objetivo de incorporarlas al imaginario colectivo que es Facebook. Recuerdo incluso cómo, cuando era joven, se veía como una auténtica desgracia caer en las redes del clásico matrimonio proveniente de una luna de miel, que ensenaba sin piedad todas las fotos de su tour por cualquier lugar del mundo. Ahora, sin embargo, y con la subida del paro, cada vez son más las personas cuyo mayor divertimiento de una tarde es observar detenidamente fotos de amigos, amigos de amigos o conocidos de amigos. Todos lo hemos hecho. La ruptura más dolorosa, la muerte de un familiar o amigo, el amor inesperado, un fin de semana glorioso, un día de trabajo lastimoso. Todo aquello que ocurre va directo hacia la red. Contado por el mismo protagonista. Las personas empiezan a no tener cortina que los tapen. Nos etiquetamos a través de nuestros pensamientos y fotos en la red: perezoso, fiestero, de izquierdas, de derechas, del Barcelona, del Madrid, amante, novio, desesperado, feliz, depresivo, triste, ilusionado… Todos sabemos de qué pie cojea la mayoría de las personas, aunque no se mantenga contacto. Conocemos la ilusión de un nuevo amor, y la desgracia de su ruptura. Las ganas de huir de las personas. Las frases más íntimas se hacen públicas. Las fotos más privadas se cuelgan como si fuera un tablón de madera dentro de una casa. Ya no vale el “no sé cómo le va” o “hace mucho tiempo que no sé de él”. Se sabe de todos. La información sobrevuela toda la red. Ríos de datos. Y no hay quien lo pare. Incluso, tenemos la necesidad de contarlo. Me sorprende cada vez más ver algunas frases a la vista de todos. Y todo lo que vemos en Espana, puede ir a peor. Viviendo, como lo hago, en una sociedad como la británica, donde la influencia de los smartphones es tan significativa, que el cuello está más tiempo girado hacia abajo que en su posición habitual, puedo dar fe de cómo se ¿deteriora? una sociedad. Pude leer hace poco, cómo la muerte de una persona joven, unos 30 anos, se homenajeaba por una de mis companeras de trabajo con un comentario en su tablón, que venía a decir: descanse en paz. Fue un honor conocerte. Un comentario que no era el único. Docenas de frases se alargaban bajo una foto del nefasto protagonista que aparecía con una sonrisa sana y una gran pinta de cerveza en la mano. Como la curiosidad morbosa no entiende de ética, incluso me dediqué a buscar su último status, que databa de un par de semanas antes. Recuerdo que era una frase totalmente optimista acerca de un gran fin de semana. Su último gran fin de semana, desde luego. Mi companera de trabajo se encargó de que conociera la muerte de una persona de la que no tenía ni la más mínima idea. Por ello, y sin posicionarme en ningún bando, de si es positivo o negativo. Beneficioso o perjudicial para esta sociedad, me sorprendo con lo que veo. Con lo que percibo. Personas cerradas de corazón en persona, que abren sus sentimientos en la red más vulnerable. Gustos musicales, libros leídos, días malos, planes de vacaciones, rupturas, amores… Yo siempre aposté porque el luto, las rupturas amorosas, las necesidades de una persona y la felicidad más extrema se deben quedar en nosotros mismos. ¿Qué hubiera sido de los poetas del romanticismo si hubieran existido todas estas redes sociales? ¿Cómo se hubiera comportado Bécquer o Neruda, si en lugar de sufrir de amor mirando una ventana, mientras escribían poemas de amor que quizá, en ocasiones, el único destinatario era el propio emisor, hubieran twitteado su sentimiento en 120 caracteres? La poesía se usaba como ayuda. Expresar lo que se siente para salir del hoyo. Aunque no lo escuche nadie. Y no existe un punto y final, porque no se atisba en qué puede acabar todo esto. Mientras tanto seguiremos sabiendo asuntos de personas por las que no tenemos el más mínimo interés. D.A.R.