miércoles, 2 de mayo de 2012

Sin cortinas

Enumerar las redes sociales que disponemos puede ser una temeridad. No se acabaría nunca. Esta misma plataforma, este blog oculto entre millones que deben existir en el mundo, forma parte de ese elenco. Las grandes redes, véase Twitter o Facebook almacenan millones de datos. “Millones de datos” resulta demasiado frío como para ser real. Y no hay mayor realidad que lo que se escribe en estas plataformas. Conocer la hora a la que se duerme aquella persona con la que cruzaste tan solo 20 minutos de palabras de tu vida, pero que sirvieron para cruzar los datos de Facebook, es todo lo contrario a frío. O al menos así lo quiero ver. Yo, una persona, que aun siendo joven, he vivido el cambio desde lo analógico a lo digital. “Día muy duro. Me voy a la cama”. Classic Status. Ya conoces dos datos de una persona que no te importa absolutamente nada. Que su éxito, triunfo, pérdida, desgracia, muerte, nacimiento de un hijo, no daría para nada más que, como mucho, un comentario con uno de esos “mutual friends”, y como mínimo un aislado y simple pensamiento. Pero conocer lo más ínfimo e informativamente pobre, ha sido objeto de reportajes, estudios incluso, acerca de cómo nuestra sociedad está mediatizada por las redes sociales. Sobre cómo se realizan acciones mientras se piensa en una buena frase que las resuma. O, por supuesto, el hecho de capturar fotografías, no ya para el disfrute personal, sino con el objetivo de incorporarlas al imaginario colectivo que es Facebook. Recuerdo incluso cómo, cuando era joven, se veía como una auténtica desgracia caer en las redes del clásico matrimonio proveniente de una luna de miel, que ensenaba sin piedad todas las fotos de su tour por cualquier lugar del mundo. Ahora, sin embargo, y con la subida del paro, cada vez son más las personas cuyo mayor divertimiento de una tarde es observar detenidamente fotos de amigos, amigos de amigos o conocidos de amigos. Todos lo hemos hecho. La ruptura más dolorosa, la muerte de un familiar o amigo, el amor inesperado, un fin de semana glorioso, un día de trabajo lastimoso. Todo aquello que ocurre va directo hacia la red. Contado por el mismo protagonista. Las personas empiezan a no tener cortina que los tapen. Nos etiquetamos a través de nuestros pensamientos y fotos en la red: perezoso, fiestero, de izquierdas, de derechas, del Barcelona, del Madrid, amante, novio, desesperado, feliz, depresivo, triste, ilusionado… Todos sabemos de qué pie cojea la mayoría de las personas, aunque no se mantenga contacto. Conocemos la ilusión de un nuevo amor, y la desgracia de su ruptura. Las ganas de huir de las personas. Las frases más íntimas se hacen públicas. Las fotos más privadas se cuelgan como si fuera un tablón de madera dentro de una casa. Ya no vale el “no sé cómo le va” o “hace mucho tiempo que no sé de él”. Se sabe de todos. La información sobrevuela toda la red. Ríos de datos. Y no hay quien lo pare. Incluso, tenemos la necesidad de contarlo. Me sorprende cada vez más ver algunas frases a la vista de todos. Y todo lo que vemos en Espana, puede ir a peor. Viviendo, como lo hago, en una sociedad como la británica, donde la influencia de los smartphones es tan significativa, que el cuello está más tiempo girado hacia abajo que en su posición habitual, puedo dar fe de cómo se ¿deteriora? una sociedad. Pude leer hace poco, cómo la muerte de una persona joven, unos 30 anos, se homenajeaba por una de mis companeras de trabajo con un comentario en su tablón, que venía a decir: descanse en paz. Fue un honor conocerte. Un comentario que no era el único. Docenas de frases se alargaban bajo una foto del nefasto protagonista que aparecía con una sonrisa sana y una gran pinta de cerveza en la mano. Como la curiosidad morbosa no entiende de ética, incluso me dediqué a buscar su último status, que databa de un par de semanas antes. Recuerdo que era una frase totalmente optimista acerca de un gran fin de semana. Su último gran fin de semana, desde luego. Mi companera de trabajo se encargó de que conociera la muerte de una persona de la que no tenía ni la más mínima idea. Por ello, y sin posicionarme en ningún bando, de si es positivo o negativo. Beneficioso o perjudicial para esta sociedad, me sorprendo con lo que veo. Con lo que percibo. Personas cerradas de corazón en persona, que abren sus sentimientos en la red más vulnerable. Gustos musicales, libros leídos, días malos, planes de vacaciones, rupturas, amores… Yo siempre aposté porque el luto, las rupturas amorosas, las necesidades de una persona y la felicidad más extrema se deben quedar en nosotros mismos. ¿Qué hubiera sido de los poetas del romanticismo si hubieran existido todas estas redes sociales? ¿Cómo se hubiera comportado Bécquer o Neruda, si en lugar de sufrir de amor mirando una ventana, mientras escribían poemas de amor que quizá, en ocasiones, el único destinatario era el propio emisor, hubieran twitteado su sentimiento en 120 caracteres? La poesía se usaba como ayuda. Expresar lo que se siente para salir del hoyo. Aunque no lo escuche nadie. Y no existe un punto y final, porque no se atisba en qué puede acabar todo esto. Mientras tanto seguiremos sabiendo asuntos de personas por las que no tenemos el más mínimo interés. D.A.R.

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