viernes, 18 de marzo de 2011

DESEOS

Cuando pesamos 80, queremos pesar 75. Cuando se libera Egipto, queremos que se libere Libia. Cuando echamos un polvo, queremos echar el segundo. Si se gana la liga, se quiere la champions y la copa. Si nos pagan 100, queremos 200. Si me das un beso, quiero dos. Si los espaguetis tienen tomate y atún, los hubiera preferido con algo de queso. Si me quieres, preferiría que me amaras.

Andamos de inconformismo en inconformismo. Deseamos con el peligro de no conseguir. Paseamos por un alambre que adelgazamos con nuestros propias peticiones. Dice una frase de una canción que ahora mismo no ubico: ¿a qué tienes miedo? a reir y a llorar luego. Cursi, pero cierto. La ilusión nos puede a todos, pedimos más y más, y la ambición nos hace sufrir. Nos cuesta ser felices, a pesar de que tenemos todo para serlo. Quizá de ahí radica la diferencia del ser humano: que tenemos envidia. Si él tiene lo que quiere aquí y ahora, ¿por qué no lo tengo yo?

Pero de repente llegan días distintos. Que nacen de pie. En los que me apetece ser optimista. Aprovechar cada risa, cada juego de palabras. Con personas que quizá en un futuro echaré de menos. Exprimir las horas, olvidar mis preocupaciones, empujar en lugar de tirar. Alegrarme desde mi cama por lo que otros están viviendo ahora mismo. Cantar a pleno pulmón con una sonrisa esa canción que me trae buenos recuerdos. De ahí debe surgir la idea de que realmente por eso somos humanos: nos emocionamos con la simple ayuda de nuestro archivo. A causa de una canción. De una estrofa. De una frase. De un programa.

¿Por qué no? Dejemos volar la mente... =)

martes, 15 de marzo de 2011

La más nombrada

Numerosas noticias versan sobre ella. Aparece decenas de veces en los periódicos, en los informativos, en los boletines de radio. Marca el principio de etapas, el final de otras. Influye en estilos de vida, determina ritos sociales y causa movimientos ciudadanos tremendos. Crea tristeza, alegría, drama, lágrimas, riqueza. Se ha hablado a lo largo de la historia siempre de ella. Ha creado religiones, ha fomentado interpretaciones sobre ella, ha marcado la vida.

Siempre está ahí. Nunca la vemos, aunque siempre la tratamos. Un día, cuando llegas a casa, tras sentirte más vivo que nunca, aparece. Sibilinamente, tras un comentario vacío en la televisión, se cuela en la mente, y comienza a empujar las reflexiones hasta que tratamos de olvidarla de nuevo. Es como ese examen que se tendrá dentro de dos semanas, que ataca la conciencia cuando no se está estudiando, y que los seres humanos tratamos de tapar, a pesar de que en algún momento tendremos que enfrentarnos a él. Ante la muerte también tendremos que enfrentarnos. Y nunca estaremos lo suficientemente preparados. Una pena. Y más miedo.

viernes, 11 de marzo de 2011

El desorden de la mañana

Folio en blanco. Todo por empezar. Día nuevo. Hay sol. No hay pensamientos. Mente clara. Agua caliente. Manos frías. Café hirviendo. Cada vez que se levantaba, ÉL no confeccionaba pensamiento alguno en su mente. Todo era puro. Angelical. A cada paso que daba, la nebulosa que formaba su cerebro iba conectando de tal manera que los recuerdos se hacían cada vez más palpables. De repente, una noticia en la radio le hacía recordar que esa mañana debía llamar a aquel vecino cuyo acerado llevaba sin pavimentarse más de dos años. Sería una buena noticia, si se trata bien, reflexionaba mientras se enjuagaba la cara.

Cuando bajó a la cocina, recordó a través del olor del café que ese día le tocaría comer en el trabajo. Ese recuerdo le evocó que tenía en un tupper preparado pollo asado. Ese mismo pollo asado que ayer vio cocinar a su madre tras venir de jugar al fútbol. Un partido que había jugado con aquellos amigos a los que nunca veía si no tenían un balón en los pies.

Los recuerdos empezaban a conectar unos con otros. Cuando estaba a punto de abrir la puerta casi todo su universo estaba de nuevo ordenado. El sueño había dejado escapar todo lo que había ocultado durante la noche, y la calle que veía nada más salir de aquella acogedora casa era la que él tenía en el baúl del recuerdo. Atravesando esa carretera de imágenes, olores, tacto, llegó a ELLA. ELLA volvía a estar mirando desde arriba todo lo que ocurría abajo. Tenía poder sobre toda su mente, y era capaz de relacionar por ejemplo una canción con su recuerdo. O una simple frase, con su risa. Cuando se topó con ELLA, a ÉL no le quedó más remedio que sonreir. Volvía a estar todo como lo dejó anoche. No sabía si por suerte o por desgracia, porque el reucerdo comenzaba a atormentarle. Pero hasta ese momento, recordar a ELLA le hacía feliz. Por eso, un día más, volvío a conducir imaginando sus besos, su cuerpo andando, e incluso el sexo que llegó a tener con ELLA.

Como siempre acabó pensando que poco tiempo antes, ese recuerdo lo pudo tocar. Y entonces ÉL tuvo la certeza de que así lo volvería a hacer.

martes, 8 de marzo de 2011

La persona como recuerdo

Los objetos, los muebles, una silla, una blusa. Nos recuerdan a cosas, a olores, a besos, a riñas, a voces. Todo lo que conlleva una persona. Lo que nunca pude creer es que la persona pudiera traer el recuerdo. No el recuerdo de sucesos, sino de sentimientos. Cerrar los ojos, volver a un escenario, medir tu felicidad. Entonces te aterra pensar que la causa de ese sentimiento es simplemente una persona. Una persona que quizá no vuelva, que no aparezca. Y entonces, el recuerdo se queda como eso. Algo en la memoria.

Lo peor es que lo que queda en la memoria es lo que no vuelve a pasar. Imagina pasar por una carretera llena de sonrisas, música agradable, placer, risa. Y que ese kilómetro acabe pasando, y nunca vuelva.

Siempre creí en la capacidad que tienen los objetos. Tonto de mi. No me había dado cuenta de la capacidad que tiene una persona. Entonces... el sentimiento se queda congelado. No hay forma de volver a él, pero lo sientes. Te mira, te hace recordar. Tiene ojos, boca, labios, besos. Pasas por delante de él cada día sin poder alcanzarlo. Sólo te queda relatar las palabras que te dijo alguna vez, recordar lo besos que te dio o recomponer el olor que está clavado en tu memoria.

Y esperar que ese recuerdo, tal y como tú lo conociste, no lo conozca nadie más.