sábado, 25 de mayo de 2013

Maldito mayo

Sobresalta. Escuchar en poco más de un día, deshojados, cuatro nombres, sobresalta. Primero el titular, después el detalle de la entradilla. Lugar, edad, instrumento, antecedentes. Sobresaltan. 
Es mayo y primavera. El amor, dicen, florece en cada esquina. Las miradas se buscan. Las yemas de los dedos se acarician. Se hacen promesas. Ya sé que es una cursilada. Un ripio. La floritura de poetas que no saben llegar a la esencia. Y sin embargo, prefiero esas palabras adornadas de tópicos a la realidad que este mayo, extraño y lluvioso, ha decidido desnudar.
El amor mata. Y mata cada pocos segundos. De diferentes formas y en distintos lugares. Se viste el amor de amor y mata.
Esta semana nuestra vista ha quedado cuatro veces fija en la pared. En la primera, hemos pensado en cuánto tiempo hacía que no oíamos hablar de una mujer asesinada. En la segunda, horas después, en qué causalidad que se den dos muertes tan sucesivas. En la tercera y la cuarta, la piel se ha sobresaltado.
Mayo es el mes del amor. Pero, ¿qué ocurre cuando las parejas, saltándose las leyes matemáticas, ya no son dos, sino dos más el miedo? ¿Cuando los ojos no se encuentran salvo en el odio? ¿Cuando las yemas no acarician sino matan? Pues que quizás todo fue una entelequia. La entrega que el asesino fingió sentir ante la víctima , mientras ponía su mano en su cintura, era el preámbulo de una tortura. Su solícita atención, el prólogo de las cadenas que iban a asfixiarla durante años antes de decidir que era el momento de dejar de jugar con ella. Aquel ramo de margaritas que entregó simulando ser el amante entregado. el anticipo de los crisantemos que poblarían su tumba.
Maldito mayo. Cuatro nombres de los que solo sabremos que fueron mujeres que amaron. Que no fueron amadas. Que soñaron con ser amadas. Que quizás, alguna noche, se despertaron renegando del amor. Del falso amor de una sociedad que impone una sentencia de muerte. La de aquella que ha inventado los mayos para enmascarar el mando de aquellos que nos echan de las casas, de los que solo van a permitir que se eduquen los suyos, de los que piensan que la riqueza es suya y todo está permitido, de los que creen que existe un libro en el que la supremacía del hombre sobre la mujer ha sido otorgada por el poder de un dios. 
Sobresalta. Esta semana. Hasta que se nos olvide otra vez.


viernes, 17 de mayo de 2013

La lentitud

Últimamente tengo la sensación de que el mundo se ha detenido. Ya sé que parece una incoherencia por mi parte, después de haber escrito hace poco sobre ese minuto que cambia la vida. No lo es tanto. La lentitud tiene su razón de ser en la espera de que ocurra algo en un instante concreto; por eso la sentimos como tal y nos exasperamos con ella. Porque nos introduce en un universo de monotonía del que no se puede escapar.
Así veo yo ahora todo lo que me rodea, incluido el país en el que vivimos. Lento. Rutinario. No hay noticia que nos salve de esto.Miento. Parece que los titulares se hubieran confabulado para hacerlo. Un día son los deshaucios, otro el número hiperbólico de parados, un tercero un nuevo corrupto imputado (o no) y un cuarto, el triunfo del catolicismo, una vez más, sobre la ciencia y la cultura. Pero me quedo fría ante ellos. Sé que mañana, cuando me levante, volveré a oír lo mismo y que nada se habrá alterado. Ni siquiera un milímetro.
Seguiremos esperando a que esta primavera fría y lluviosa traiga el sol. A que no nos caiga la losa de un despido, después de haber prestado nuestra piel a aquellos que solo tienen que demostrar que no van a ser tan ricos el próximo año, para recibir un adiós seco y estéril; a que las cuatro paredes que nos protegen de nosotros mismos no queden vacías; a que nuestros hijos no deban recibir, por imposición de una mayoría absoluta, una educación anacrónica y triste, como la que recibieron nuestros padres (el que pudo).
Pero no pasará nada. La lentitud ha echado raíces en esta España y en esta Europa. Y lo peor de todo es que nosotros la estamos regando.

sábado, 4 de mayo de 2013

Lenguaje y escarches

Que detrás de cada político o política hay un periodista o todo un gabinete de comunicación ejerciendo de negro, lo sabemos desde hace mucho tiempo. Que unos lo hacen con más acierto que otros, también. Ya saben, la leyenda urbana, veraz o no, de que todo el que tiene un cargo o una ventana al mundo dentro del PP, desayuna cada día con las instrucciones verbales que se preparan en las cocinas de aquellos que sí dominan el lenguaje. Los de Izquierda Unida tienen consignas. Y los de PSOE ni se sabe, aunque el que tuvo, retuvo.
Pero a mí me maravilla últimamente la capacidad de ese poder a la sombra. En realidad, lo admiro. Domina la norma y los registros; adereza esa capacidad lingüística con un poco de sabiduría sociológica y un tanto de antropología de andar por casa. Y le sale el guiso. No necesita ni una pizca de sal más de la que tenga el replicante de turno, si es que está dotado o dotada de otras virtudes que no sean las de aprenderse el guión y transmitirlo. Cuando ocurre esto, caso de aquellos que casi caminan y hablan por sí solos, estamos ya ante un triunfo de estrella michelín. 
Y leo, y oigo, y veo a este nuevo poder. Tergiversa los significados hasta hacerlos sombra de lo que fueron. Inventa campos semánticos imposibles. No tiene ningún pudor en fabricar metáforas, metonimias e hipérboles aquí y allá convirtiendo la desviación del lenguaje en una verdad universal. Como si lo que Jakokson hubiera estado elucubrando a principios del siglo XX fuera agua de borrajas. Pobre Roman. Si hubiera sabido que la estética de un idioma serviría para doblegar voluntades, no se hubiera puesto.
Y toda esta parrafada para protestar por las analogías. No se puede, o no se debería poder, comparar, por medio de nuestro idioma (aunque la secuencia de fonemas lo permita) un acto tan sencillo como es el de ponerse ante la casa del que te está haciendo imposible la vida, con actos y obras de los que se dedicaron a legitimar que hay seres humanos inferiores a los que hay que exterminar. Entre otras cosas porque para idear una analogía que se precie, la razón debe hacer algo. Y en este caso, no lo hace. Ni siquiera pasaba por ahí.
Pero no importa. 
Por eso, el día en que esto cambie y no necesitemos que nos digan más a dónde ir o de dónde venir, lo primero que tendremos que hacer es buscar a un periodista o a un  poeta que vuelva a nombrar las cosas por su nombre o que, si le da por simbolizar el mundo, lo haga poniendo su firma. 

jueves, 2 de mayo de 2013

Mundo detenido

Me he dado cuenta esta semana de que estaba equivocada. Siempre pensé que el lenguaje verbal era lo que nos hacía humanos. No solo por que fuera mi mundo. Lo creía de verdad. Somos humanos porque hablamos, hablamos porque pensamos y quizás, pensamos porque sentimos más allá de lo primario. Pero, no, mi universo es falso. En realidad, somos cifras. Solo eso.
Cuando nacemos ya nos reducen a un número. En centímetros, en gramos. Vemos la luz y no nos nombran. Solo somos un varón o una hembra que midió tanto y pesó cuanto. Tenemos que esperar un tiempo a que aquellos que nos engendran se pongan de acuerdo en llamarnos, o a que nos miren a los ojos y se reconforten con el conjunto de letras que imaginaron nos designaría, para ser únicos o casi, entre nuestros congéneres. Mientras tanto, anónimos, nos presentamos ante la sociedad con unas simples medidas.
Y crecemos, ya con nombre. Pero aún así nos siguen reduciendo a números. La edad, las notas del colegio, los amigos y seguidores en las redes sociales, la talla de la ropa, el año de graduación o aquel en el que dejamos el colegio, el móvil que siempre llevamos encima, las veces que hemos llorado o reído. Y ahora, la cifra de aquellos expulsados de la rutina de una vida laboral. De aquellos que tienen su mundo detenido.
Son seis millones doscientos dos mil setecientos. Parece ser que exactamente esos. Ni uno más ni uno menos. Un guarismo de siete componentes. Entero. Rotundo. Sin nombres detrás. Y sin embargo, un porcentaje que nos humaniza más que un grito, más que una carcajada. Nos diferencia del resto de seres vivientes. Y nos distancia de ellos.
Más de seis millones de mundos detenidos.Sin posibilidad de avanzar. Ni de ser otra cosa que una cifra. Sin esperanza de que sus compañeros de manada los socorran. Condenados a no hacer nada, salvo esperar.