miércoles, 26 de enero de 2011

Libertad

Llevaba tanto tiempo sin escribir, que justo antes de introducirme en las palabras de mi propio blog, creía que era el primer texto de 2011. Pero no. Cuando el hombre despertó, la química ya estaba allí. Se podría decir. Parafraseando.

Escribir un titular con la palabra libertad debería dar al menos respeto. Libertad conlleva tantos significados, tantos matices y tantos sentidos que sería imposible saltarlos sin resbalarte alguna vez en una de sus rocas. Libertad absoluta es imposible de concebirla, y la muerte es la primera que no lo permite. Pero hay libertades especiales, individuales, únicas. La primera que puede llegar es la de las palabras. En las que tanto me fijo. Decir un orden determinado de palabras puede ser algunas veces imposible de pronunciar. Entonces, esa libertad que tanto estoy manoseando, no existe. No existe porque miles de sentimientos, recuerdos, añoranzas, políticas sociales, hipocresías o mentiras a uno mismo, no lo permiten.
Tan difícil decir : "Ya no te quiero. Te has puesto gordo" o "Tengo ganas de follarme al joven de mi oficina. Y lo voy a hacer mientras tú trabajas".

Yo abogo porque no se quede nada dentro. Pero es imposible. Todos tenemos docenas de frases al día que no decimos por una causa de su entorno. Esas docenas de frases al día suponen más de 4000 frases que se quedan en el purgatorio verbal. De todas ellas, unas 20 podrían cambiar el sino de nuestro futuro. Pero se siguen quedando ahí. Por eso... cuando el silencio actúa, la frase se bloquea. Yo no quiero París sin aguacero ni Venecia sin ti, dijo Sabina. Pero lo que menos quiero, es que ese bloqueo, me deje sin saber.

lunes, 3 de enero de 2011

Química


Debe ser cierto eso de que estamos compuestos de elementos químicos. La química reacciona sin un por qué. Una sustancia se adhiere a otra, o la repele simplemente por una cuestión biológica, y por lo tanto inexplicable. No hay causas. Por ello, no debería haber consecuencias. Pero las hay, porque en ese momento influye el cerebro, los sentimientos. De repente, no te apetece ver a alguien. Te produce urticaria sus palabras, sus gestos, su mirada. Odias sus pasos, maldices sus sonidos, te chirrían hasta sus pensamientos. Sin un por qué. Algo que te supera, que no puedes controlar. Esos síntomas te producen malos modos, peores contestaciones, tensos silencios en la mesa. Y todo, por la maldita química.

La misma química que te hace desear a una persona. A pesar de sus plantadas, su actitud egoísta o sus dientes amarillos. El impulso que los elementos contenidos en la tabla periódica otorga al cuerpo, te lleva a mezclarte con otro. Sin saber por qué. A desearlo, a depender de él. Tu interior, por lo tanto, tu esencia, depende de otra. Cuerpos elaborados individualmente con el único sentido de buscar un acompañante.

Entonces los sentimientos se ponen a flor de piel. Siempre abstractos, comienzan a dibujarse, a mostrarse frente a otros sentimientos. La química se hace cuerpo, el amor y el odio descubren a sus personas. Se destapa el juego.

Gritos y besos. Sexo y peleas. Insultos y caricias.

La química tiene la culpa de todo. Y los sentimientos tan sólo son sus hijos.