miércoles, 27 de junio de 2012

Los pobres y un balón


Hoy es otro gran día. Sí, otra vez. A ver, en algo hay que entretenerse, eso sí, si el FMI nos lo permite. Lo mismo les parece mal que Portugal y España anden descabezadas y locas por noventa minutos detrás de un balón. Lo mismo piensan que deberíamos vestirnos de luto, apagando televisores para no gastar luz. Quizás sería mejor que le regalásemos el título directamente a Alemania, que al fin y al cabo, es la que paga la indolencia y el despilfarro de lusos y españoles. La pobre. Una cosa es tener que dirigir Europa, dictar las normas de la economía del euro, poner condiciones para seguir sacando beneficios en la lucha de deudas, andar de acá para allá cargándose el bienestar, y un poco más, de todo país que pida algo, y otra, muy distinta, el colmo de los colmos, poder ser despedida sin piedad de la Eurocopa, bien por un país al borde del precipicio como Italia o bien por una Península Ibérica a la que tanto está ayudando y que tanto le debe. Pobre Alemania. Lo dicho, mejor no jugamos, nos retiramos a llorar nuestros pecados, le regalamos el balón y aquí no ha pasado nada.
Ya llegarán otros campeonatos que ganar. No seamos egoístas. Ahora es el momento de  agradecerles a los germanos que tengan tanta consideración con nuestros bancos que, pobrecitos, están dejando de aumentar sus ganancias, o con nuestros gobiernos que ya no saben qué hacer para ceñirse el cinturón del déficit. Que Cristiano e Iniesta se vayan ya de vacaciones, que no se empecinen en ganarse el uno al otro para llegar a  enfrentarse a ellos, que se pongan a trabajar para la liga que viene. Ellos que pueden. Mientras, nuestros jóvenes que se dejen de tanta banderita y tanta bufandita, de tanta cerveza delante del plasma o tanto canto. De tanto aprobar la Selectividad para meterse en una fábrica de parados. De tanto echar currículos malgastando dinero en papel. Que se olviden de las redes sociales para animar a sus respectivos equipos.
Los pobres, y Portugal y España lo son, no tienen derecho a un balón de cuero. Si acaso de trapo. Y eso si es que los trapos se devuelven después, A un diez por ciento de interés.

sábado, 16 de junio de 2012

Érase una vez


En los últimos meses tengo la impresión de vivir dentro de un cuento. Bueno, no dentro de un cuento como género literario sino más bien dentro de un cuento como si fuera otra dimensión. Vamos, que no me lo creo. Desde que Zapatero admitió que las cosas no iban bien hasta que llegó Rajoy afirmando que todo era un desastre y que él tenía la varita mágica para que volviéramos a la senda apropiada, ocurrieron algunas cosas. Por ejemplo, aquellos que habían pensado que no estaba mal eso de hacer de España un país en el que todos pudieran encontrar su norte sin molestar al vecino, sin tener que dar cuenta de sus preferencias sexuales, sin pensar que solo desde un colegio de pago o desde un seguro privado, se podía llegar a ser persona y de que tener una casa en la playa e irse de vacaciones a Punta Cana estaba al alcance de todo el mundo, esos, de pronto, se dieron cuenta de que habían sido timados. De que eso no era para siempre y de que los otros, los de arriba, habían estado agazapados, quizás riéndose de tanta ingenuidad, esperando que esas vacas gordas volvieran a ser flacas, para recogerlos en su regazo, como al hijo pródigo, diciendo: vale, ya has jugado a ser progresista, a imponer tu maldita Educación para la ciudadanía, a casar a las peras con las manzanas, a compensar a las mujeres que siempre han malgastado su vida cuidando a sus mayores, a permitir que los que llegan tengan los mismos derechos que los que llevamos un montón de siglos aquí. Y se rebelaron por ingenuos. Y cuando se dieron cuenta de que no había bastante para todos y todo, pidieron, de rodillas, que volviera el patrón. Y lo votaron.
Ahora tenemos al patrón. Un patrón un poco descafeinado. No es Aznar, con su bigotito analógico y triunfador,  pero es más listo, en cierto modo; no sale de su metro cuadrado, así lo maten. No se posiciona, no recurre al campo abierto. No se enfrenta porque no está. No hay manera de pillarlo en un renuncio como al otro. No pone los pies en la mesa mientras entona un hilarante acento. No se codea. Jamás tendremos de él una toma falsa. Ni siquiera el otro día, cuando se puso el mundo por montera y se fue a que lo vieran todos los mandatarios europeos, exponiéndose a las críticas, mientras España, su España, se jugaba el ser o no ser ante una red. Aguantó el tipo. Un empate y no tuvo que soportar que los alemanes, que los holandeses, que los italianos, que hasta los griegos, prestos desde el día anterior a criticarlo,  se cebaran en una foto, la del triunfo: Rajoy abrazando, Rajoy sonrisa, que hubiera sido portada mientras su “patria” acababa de ser hipotecada en su futuro.
Yo sigo pensando que vivo como en un cuento. Nada es verdad. Ni la prima de riesgo, ni el rescate a la Banca, ni la lividez de los ministros, ni esa especie de fantasma que me gobierna y que, seguramente, esta noche, ya ha decidido que me va a subir el IVA y que me va a bajar el sueldo. Lo siento, así, en nebulosa, como en los malos relatos en los que la acción se enreda tanto que no hay forma de encontrar un final coherente. Como cuando el escritor es tan poco hábil que esboza personajes planos, sin historia, en espacios previsibles, con flash – back inverosímiles y con desenlaces que hacen al lector no desear nunca más leerlo.
Pero seguramente esta especie de salida de la realidad que me hace no dormir, comer poco, mirar hasta el último euro que me gasto u observar con desconfianza a los cajeros automáticos, no es más que una especie de enfermedad, un tanto contagiosa, de la que nada saben los demás. La vida sigue. Y tener un fantasma en la Moncloa no es tan grave. Es tan solo un accidente. Es un Érase una vez. Y los cuentos, ya se sabe.

domingo, 10 de junio de 2012

Presagios

Es la una y media de un día de junio, domingo. Nos hemos puesto la camiseta blanquiverde y encima, la roja. Andamos un tanto mareados con los colores. Hemos sido "ayudados" sin saber mucho sobre el cómo y el cuándo. Hoy no importa. A las tres, la armada española;; a las seis La Roja; a las siete y media, Alonso; a las ocho la "ciudad califal" jugándose un sueño. Dentro de nueve horas sabremos si lo que han pedido los del PP en sus oraciones, se cumple  y mañana, lunes, los españolitos y los cordobesitos de a pie, iremos a trabajar tragándonos eso de que tenemos un Presidente muy guay que es capaz de poner a media Europa derecha para romper su hucha y donarnos sus tripas sin casi nada a cambio; o si Dios no ha estado de su parte y los ha abandonado y  nos daremos cuenta de lo que ha significado este fin de semana. Yo, por si acaso, tengo la cervecita, marca blanca, metida en el frigo. Y mi camiseta verde en el armario, planchadita y todo. Por lo que ocurra. Si casi todos ganan, creeremos en eso de que no ha sido tan grave, en que los de Bruselas son tontos y no nos va a costar ni un euro más rescatarnos, porque somos más inteligentes que los pobres griegos y estos no tenían a un super gestor capaz de sacrificarse volando unas cuantas horas ida y vuelta, perdiéndose el tenis, que es lo que le gusta, para su salida virtual  mañana en la portada de todos los diarios, feliz, con sus tres puntos de oro en el bolsillo, y diciendo que me quiten lo bailao. Y todos brindaremos y nos emborracharemos,  y olvidaremos los rescates y demás sandeces. Pero si, por azares del destino, que para eso es destino y no certeza, Torres no tiene su día o Casillas anda un poco torpe, Nadal sigue con sus fantasmas, Alonso no tiene un coche a su altura  o el Valladolid piensa que ya ha llegado su hora, mi camiseta verde me recordará que el año que viene tendré menos compañeros, que habrá que pagar por ponerse enfermo, que quizás no lleguemos a fin de mes o no podremos pagar a ese banco que ha sido "auxialiado". Ahora, que son las dos (la lentitud de la escritura) no sé si deseo los triunfos deportivos o los fracasos que nos hagan abrir los ojos. Al fin y al cabo, un país que se lo juega todo a un resultado deportivo, quizás no merece ser más de lo que es. Y aún así, os juro, prefiero ir mañana a trabajar con un poco de resaca que con los ojos hinchados de tanta ocasión perdida.

sábado, 9 de junio de 2012

La vida se hace a descosidos


Que la vida se hace a descosidos, ya lo sabemos. Que no existen las líneas rectas ni los atajos, también. Que los hilvanes que le vamos echando a eso que llaman vida llegan a ser casi reales hasta que, cuando menos te lo esperas, se deshilachan poquito a poco, es casi una verdad universal. Un día es solo un puntito pero al siguiente te das cuenta de que deberías haberlo cosido al principio, de que ya es tarde para hacerlo y de que el roto se muestra implacable ante tus ojos. Y de que ya no hay marcha atrás: o tiras aquello por lo que has luchado y que tan bien te sentaba, o sales a la calle poniéndote el mundo por montera, con tu remiendo y sin pedir perdón.
 Un día te levantas con la certeza del todo en orden, de tus cosas puestecitas en su sitio, de tu pequeño oasis, y en un minuto, tu torre de marfil se tambalea y sus cimientos se hunden. Y tu vida se descose. Un trabajo perdido, un abandono, una muerte. Un descosido. Unos ojos que no te miran, un despido, un suspenso, un terremoto, una guerra. Y el roto se hace tan grande que no hay aguja que lo enmiende. La línea entre la normalidad  y el caos es tan débil como nuestro deseo de que todo permanezca igual. En el fondo, siempre anhelamos ser otro, mudar de estado, obtener lo que no hemos visto nunca; pero, cuando perdemos nuestro pequeño espacio, todo se derrumba y es solo ese el que queremos recuperar.
Si, hace dos o tres años, nos hubieran preguntado si preferíamos quedarnos como estábamos o huir hacia adelante un paso más, sin duda, hubiéramos respondido lo segundo: quiero un apartamento en la playa, un coche más grande, una mujer más joven, un marido más detallista o un hijo ingeniero aeronáutico.  Ahora nuestros anhelos pasan por mantener intacto aquello que nos hace sentir que nuestra vida no se va a deshilachar: cuatro paredes donde dormir, una espalda a la que acariciar, una ocupación a la que acudir. Ese virgencita que me quede como estoy nos lleva a sacrificar lo mejor de nosotros mismos, a desear que le pase a otro lo que no queremos que nos pase a nosotros, a conformarnos con los que nos gobiernan, a tirar la toalla ante un adversario que ha conseguido que creamos que los descosidos son cosa nuestra.
Es verdad, la vida se hace a descosidos, pero también a dobladillos y a pespuntes. Solo tenemos que ser los sastres de nuestro propio devenir. Y apropiarnos de la tijera y del hilo.

viernes, 1 de junio de 2012

Fin de semana

Hoy no quiero hablar de política ni de economía ni de teología, ni de ninguna de esas cosas que hacen que las personas sientan como su cabeza y su corazón se aceleran y, además, sin ninguna compensación.. No quiero hablar otra vez de aquello que mascamos en el café, en el cigarro casi clandestino a la intemperie, en los tiempos muertos de los ascensores o de los trabajos, en el varguitas noctámbulo cuando se ha ido el calor. No me apetece. Empieza el fin de semana y me gustaría escribir del verano, del salmorejo, de los planes de unas vacaciones que vendrán o no vendrán. Del amor o del desamor cuando se dan la mano. Del cansancio cuando llega la noche y uno se pregunta si al día siguiente le tocarán esos millones que parecen que están suspendidos sobre nuestras cabezas, esperando señalarnos, como varita mágica, para no oír nunca más el maldito despertador o no tenerlo, así, del tirón. No necesitarlo.
Y seguir conversando sobre la vida, pero sobre aquella que se parece a los anuncios de cerveza: gente bailando, gente gritando, abrazándose, besándose, gente con ropa de colores chillones, con sus niños y sus viejos cogidos de las manos. Todo en fondo rojo porque empieza el mes en el que España se dejará invadir de colorado, en los balcones, en las salas de estar, en las aceras, en los sueños del no hay dos sin tres, casi olvidando que no puede haber tres sin dos, porque los hubo.
Y qué bonito: parados, pensionistas, deshauciados, indignados, jóvenes sin futuro... qué bello: todos danzando como si nos hubiéramos despertado de un mal sueño y otra vez fuéramos felices y los bancos nos oyeran y los gobernantes continuaran contándonos cuentos con final feliz. Érase una vez un país en el que casi todos mandaban un currículo  y se les leía y hasta se les citaba para un trabajo, en el que casi todos pedían unas monedas para vivir bajo techo y se les permitía vender su alma por treinta años, en el que las agencias de viaje creían que casi todo el mundo podía permitirse hacer un crucero o pasar una semana con la pulserita en un "paraje ideal". En el que casi todos pensaban que  la gallina de los huevos de oro la habíamos alimentado para que fuera inmortal y no una gallinita con pies de plomo.
Ahora sabemos, porque somos muy listos, aunque hayamos caído en la trampa de creer en los cuentos de hadas, que seguramente nos tendremos que conformar con pasar los fines de semana abanico en mano y botijo en la garganta. Sabemos, porque no somos tontos, que cada vez hay menos gente en la cola de los supermercados y en las carreteras y hasta en las tiendas de todo a un euro, pero... ¡qué alegría de sábados y domingos!, con sus espacios en blanco, con su indolencia entre las sábanas, con el griterío de los niños que no van a la escuela. Con la buena noticia de que la Banca no abre, ni hay Consejo de Ministros, ni Bruselas chilla, ni Bankia pide más millones. Ni siquiera juegan, este fin de semana de mayo - junio, el Madrid ni el Barça.