viernes, 12 de octubre de 2012

Minuto de gloria


Bueno, prometí y cumplo. Me he informado, he buscado en las hemerotecas, en las páginas que recopilan teorías y estudios sobre educación. He buceado entre los que, acertados o no, intentan encontrar alguna solución al gran problema de la enseñanza en España. He leído mucho. He aprendido mucho. Vamos, que ando un tanto mareada entre tanto conductivismo, cognitivismo y construtivismo. Tanto ismo. Que parece que seguinos en los principios del siglo XX. Pero... oye, que no me he encontrado con ningún estudio pedagógico, serio o no, del Ministro Wert.
Me preocupa un poco pero sin pasarme. Vamos, que tengo claro que ser Ministro de Educación no significa saber de eso. Como tampoco ser de Interior o de Sanidad. Bastante tienen con jurar y esas cosas y asistir todos los viernes a los Consejos y luego tener que salir en los medios, haciéndose los sordos ante la insistencia de tanto becario del periodismo que quiere medrar. No se le puede pedir a un Ministro de Educación que sepa lo que es un polisíndeton como el anterior. Vaya tontería. A un ministro que se precie le basta con ser de un partido ganador, haber hecho méritos en algún cargo que le haya traído beneficios del tipo que sea a su Presidente y estar en el sitio adecuado en el tiempo preciso. Y, si puede, producir titulares que sirvan para enmascarar lo que hace mal el que lo nombró. Eso está muy bien pagado.
Que, bueno, que no tiene ni idea de qué se cuece en las aulas; que nunca ha visto a un alumno de secundaria en su vida; que confunde los tipos de enseñanzas, que nunca se ha preocupado de conocer in situ de qué va eso de una pizarra y una transmisión de conocimientos... pues, nada, no pasa nada. Al fin y al cabo, él, el señor Wert, fue a colegios de pago, de esos que enseñan lo que Dios manda a los que Dios manda. Que alguno no puede pagarse los libros o comer caliente al mediodía o sobrevive sin profesores la mayor parte del día, pues bueno, es su problema. Es mucho más necesario “españolizar a los alumnos catalanes”. Eso sí que duele. Pobrecitos, que al paso que van, considerarán que España comienza en el último peaje de la AP7 y termina en Marruecos. Almas cándidas. Sin historia, sin literatura, sin arte, sin una lengua que los dignifique. Eso sí que es importante. ¡Ah! ¡y la Educación para la Ciudadanía! ¡y quitar el Griego! ¡y las Reválidas! Que el Ministro las pasó cum laude y así le ha ido de bien en la vida.
Resumiendo, que solo he encontrado que este jefe mío se dedicó a las encuestas de opinión. Durante casi toda su vida. Aunque, entre una y otra, se afanó en enseñar a los futuros periodistas y en sentarse en algunos Consejos Asesores de esos de tomar café y hacer amigos. Ese bagaje intelectual le debe haber dado a nuestro querido Wert la varita mágica para resolver de un plumazo el grave problema del fracaso escolar de nuestros alumnos y alumnas. Ha debido pensar que si sus antecesores hicieron sus reformas desde el derecho, la política o la sociología, qué podía impedir que él tuviera la suya. Su minuto de gloria. Como todos los demás. Sin tener ni idea. Claro que a ninguno se les había ocurrido que lo que había que hacer es tener menos estudiantes en las aulas y que los que quedaran debían ser adoctrinados en la “Formación del Espíritu Nacional.” Con ello, ha debido imaginar don José Ignacio, matamos dos pájaros de un tiro: mejoramos los rendimientos escolares, eso sí, de los que consigan llegar a presentarse a alguna prueba y nos aseguramos de formar mentes al estilo de antes de la Transición. Jóvenes españolizados a la antigua usanza. Eso sí, sin idiomas ni ciencia. Que se españolice Europa.



sábado, 6 de octubre de 2012

La buena educación


Llevo un tiempo queriendo escribir sobre la ¿última? reforma educativa. Pero cada vez que me siento delante del ordenador e intento poner en orden mis ideas, me bloqueo. No porque no tenga nada que escribir al respecto. Se me ocurren un par de cosas al menos, como explicar que describirla como una vuelta a la enseñanza de la Transición es quedarse corto o que es un burdo intento de que solo los hijos de la burguesía lleguen a algo en una España que se les había ido de las manos, con tanto hijo de obrero y de dependiente saliendo con un título bajo el brazo y hasta con un viajecito al extranjero para aprender idiomas. Burdo intento, sí, porque estos últimos treinta años no tienen vuelta atrás, aunque les pese.
Pero, bueno que, aunque tuviera cosas que decir y desde dentro, pues tampoco me apetecía. A ver. Llevo veinte años en centros de Secundaria, curso a curso.  Desde el día en que comencé a intentar que mis alumnos llegaran a la conclusión de que era importante escribir y hablar bien, han pasado sobre nosotros siete sistemas educativos. Bueno, miento, en realidad la única catarsis fue la de la obligatoriedad de ir a la escuela hasta los dieciséis años. Los otros cambios fueron alteraciones ideológicas, dependiendo de quien tuviera los mandos del poder. Que si ahora quito una hora de aquí para ponerla allá, que si ahora introduzco una materia, que si ahora esa materia no me gusta y la cambio por otra, que dejo que los papás hablen, que no puede ser y devuelvo la vara al director… LODE, LOGSE, LOE… y ni idea de cómo se llama la del ministro Wert.
Y además (para no perdérselo) todos estos años escuchando y leyendo que, pese a tanto vaivén,  somos un desastre, que andamos en la cola de Europa en Matemáticas, en Idiomas, en el conocimiento de nuestra propia lengua. Comparándonos con Finlandia, con Alemania, con cualquier país, incluso imitándolos,  sin tener en cuenta las posibles diferencias de población, de clima, del tanto por ciento de los presupuestos destinados a educación… Simplemente, parecemos ser más torpes o peor enseñados.
Pues eso, que no me apetece escribir sobre la ¿última? reforma educativa. Pero sé que lo haré. Tanta materia gris ideando el futuro de la próxima generación merece, al menos, un comentario.