viernes, 9 de diciembre de 2011

Confesiones

Cada vez todo me parece más extraño. De repente, dijo la parte confesora, todo lo que digo no sirve para nada. Cuando ellos quieren saber lo que siento, lo que hice, el por qué, de dónde vino todo, por qué decidí hacer aquello… Ahora no me escuchan, y se asustan. No deben hacerlo. No sé por qué lo hacen. ¿Qué prefieren? El hermetismo de antes. El silencio. La mirada no atinada… No sé qué ocurre ni por qué. Pero lo cierto, es que parece que nunca estoy en el momento adecuado ni en el lugar preciso. O era al revés. Da igual. No sirve de nada. Si total, quién se va a preguntar si esos adjetivos estaban bien puestos o no… Un crítico aburrido, quizá. Pero quién le importa ese crítico. Si nadie los lee. Los periódicos los tienen en nómina por parecer modernos y actuales. Pero nadie les hace caso. Así que pongo las palabras donde me da la gana. Y después que venga quien sea y las cambie. Pues eso, de qué importa lo que ponga. No importa ni eso, ni lo que sienta. Ahora resulta que no era lo que esperaban. ¿Qué esperaban?

El confesor se revolvía en su habitáculo, sin gran cosa que hacer. Sólo pensar. Y eso le era muy doloroso. Además había visto, gracias al periódico que los operarios de la libertad de expresión le facilitaban cada mañana que el país donde se encontraba acababa de separarse del país de donde provenía. Se encontraba en territorio enemigo pues. Como cuando jugabas al clásico balón prisionero, que si te daban, acababas secuestrado en campo contrario. Con la posibilidad de atentar contra el equipo que te había secuestrado. Pues así, pero sin poder hacerle nada a los secuestradores. En realidad, se imaginaba con dignidad alta, que no la tenía, y debía coger su maleta y volver. Dejar de confesar y acabar con las denominadas “chominadas de La Carlota”. Que escritas además no tienen la misma fuerza. Tú, míralas otra vez, suenan mucho peor. Pero bueno ahí están. Que no es poco. Es como esa novia que la ves muy guapa, y que después se la enseñas a tu amigo en fotos, y no lo es tanto. Y dices, guardando el móvil, bueno es que no sale muy bien. Pues eso debería volver. Si no quieren a los míos, yo no los quiero a ellos. Aunque me traten bien. No me importa. Tengo la cabeza muy alta. Que ellos no quieren euro, pues yo no quiero libra. Quemo todas las mías en la plaza del pueblo. Y por fin tengo una portada de periódico, que fue para lo que estudié. Y protagonista total. Pero no, me quedaré aquí, aguantando. Rompiendo el sistema desde dentro. Con llegar 5 minutos tarde al trabajo, los cientos de miles de españoles que estamos aquí, amontonaríamos tanto retraso, que esto lo paramos. Por mi vida, que lo paramos. Uy, hablo como si tuviera una copa en la mano, y pretendiera cambiar el mundo. Imposibol. Como dirían aquí.

Pero sigo a vueltas con mi confesión. Para una semana que me muestro. Que me desangro delante de alguien. Que saco mis órganos a la palestra, los pongo a los ojos de todos, para que los diseccionen. Para una semana que hago todo eso. Resulta que no era el momento. Pues nada, será que nunca estoy en el momento. Que no vivo en el tiempo. Que no mido, o que yo que sé. Que vivo en la mentira, como dice el Millás siempre. Pues a lo mejor es eso.

viernes, 25 de noviembre de 2011

El habitáculo sin memoria.

Una lavandería. Una bombilla. Una conversación. La vida tiene algunas veces, y de repente, momentos totalmente indescifrables. Lo rutinario deja paso a la sorpresa. La conversación deja de ser banal. No tiene nada que ver con el enamoramiento a primera vista, ni la flecha de Cupido. No creo en esas cosas. Creo en los territorios hasta ese momento desconocidos. Una puerta que se abre que antes no se había abierto.

Por ejemplo: esa calle que nunca se recorre, porque tiene una tremenda cuesta, y que un día, sí lo haces porque simplemente te apetece. Y en ese paseo, repentinamente, ves aquella joven que capturó 7 segundos de mirada fija esa misma mañana en tu escuela. O esa actitud reservada que te hace no quedarte nunca a ver cómo da vueltas una lavadora, y que una noche, por una causa nunca argumentada, deja de existir, y te permite sentarte y esperar. Y esa espera se convierte finalmente, por motivo totalmente azaroso, en uno de esos momentos, que sin llegar a cambiar una vida, son capaces de hacerte sentir bien. Y de guardarse en un recuerdo.

Esas decisiones no planeadas surgen desde un habitáculo interior que no tiene comprensión científica. Ni química. Algunos, como apunté antes, la relacionan con la conjunción de todas las estrellas del universo, la flecha del dios del amor, el camino que nos marcó Dios, o el tan ambiguo destino. Yo no quiero pararme en qué es. Porque no me importa.

El hecho relevante es que allí, x e y viven un momento h gracias a unas circunstancias v. Y eso ocurre tan pocas veces… Por eso, sí me paro a pensar, en ese momento. En el que se va consumiendo, y que de repente anuncia en tu cuerpo, mente, interior que te modifica como persona (para algunos alma), que ese instante es irrepetible. Que no se sabe qué habrá después. Pero que nunca volverá a ser tan original, tan genuino. Tan real y ficticio a la vez.

Quizá incluso nadie lo sepa después. O simplemente muera en un comentario con el amigo de turno: “tío, ayer conocí a alguien genial”. O quizá nunca se explique porque sería injusto tratar de copiar la belleza de ese momento. La comunicación puede sobrar. Puede incluso, que sea la única vez que sobre. Eso es a gusto del consumidor.

Reflexiono sobre todo esto, e imagino al poeta, Neruda, por ejemplo, escribiendo aquello de: “puedo escribir los versos más tristes esta noche / escribir por ejemplo: la noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”. Lo imagino en una mesa de madera, solitario, con una bombilla sin lámpara, y tratando de volver a la originalidad del primer momento, sin poder conseguirlo. Lo imagino todos los días, haciendo cosas distintas, porque algo distinto lo llevó a ese momento original. Lo imagino cambiando el camino de regreso a su casa, quedándose más tiempo en su lugar de reunión, pidiendo vino blanco en lugar de vino tinto, durmiendo a otras horas. Y ese verso le llega en el momento de mayor infortunio. Y no lo escribe él. Lo escribe ese habitáculo, del que hablaba antes, que se había quedado huérfano.

No quería, ni quiero hacer un texto bañado en un charco de romanticismo insulso. Porque no creo en él. Pero sí creo en esa lámpara, esa lavadora, ese momento irrepetible. Por el que quizá, y aquí sí me pongo melodramático, todos vamos caminando por el desierto de la vida, hasta llegar a él, como si se tratara de un oasis.

En aquella habitación pasaron las horas como si fueran minutos. Ninguno de los dos quería que se escapase el momento. Ninguno de los dos quería atreverse a besar por el riesgo de romperlo. Como una pompa de jabón, tan perfecta y frágil a la vez. Nadie quería tocarla. Ni tan siquiera acariciarla. No era el momento para eso.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Principios


Como el granito más pesado, el utilizado para encimeras por ejemplo. Como el cáncer más terminal. O el núcleo de la tierra. Inamovible. Principios que forman a la persona. Personas formadas por principios. Rocas impasibles. Frases repetidas a lo largo de los años que se vuelven señas de identidad. Impertérritos argumentos, que no se intimidan ante nada. Pasan días, meses, años. Tiempo en general. Y sigue ahí. Y de pronto ocurre. Una mirada, una cara bien organizada. Que se mete en la mente, y comienza a trastocar todo. Sin importar si sus movimientos pueden hacer sufrir o celebrar. Si lo que haga o deje de hacer pueda ocasionar un caos, de días, meses, años. Tiempo de nuevo.

Ese escalofrío durante el cual esa mirada se hace un lugar en una mente, puede llegar a través de una canción, de una conversación, de un beso, o de un libro prestado. Se camufla para no ser descubierta por los sistemas de seguridad que la persona tiene establecidos. Sistemas que pueden ser los más sofisticados del momento. Quizá incluso los coloca una empresa. Una subcontrata, tan de moda ahora. Que entra en los cerebros, los fortifica, los aísla. Los prepara para que estén solos. Y se van. Y el contrato dura hasta la muerte. Sin posibilidad de rescisión. El contratante, la persona, firma porque en ese mismo momento está viviendo un shock traumático. Un shock que le ha llegado por no tener ningún tipo de seguridad. O puede firmar también por influencia del shock vivido por una persona cercana. Y firma convencido. “Esto a mi no me ocurre”. Y blinda su cerebro, aumenta su poder frente al corazón. Incluso lo chantajea. “Si no haces lo que digo, y me das el pleno poder en la disyuntiva corazón o cerebro, dejó de mandarte bombear sangre, y mueres”. El corazón accede.

Accede hasta que aparece ese escalofrío. El corazón lo ve subir por las escaleras corporales. Hacia el cerebro. Ve cómo es capaz de desmontar toda esa red de seguridad que tanto miedo le infundaba a él. Y comienza a palpitar. A gritarle, para que se aproxime a él. El escalofrío siempre va tras trastocar la parte de arriba. La racional. Porque sabe que la sentimental nunca se le resistió.

Y ahí comienza el desierto o el más verde de los prados. Sin saber el final. El corazón incluso piensa algunas veces en no respetar las leyes que le impuso el cerebro. Y olvidar que su bombeo depende de él. En esos casos se muere por amor. Son los más extremos. Poca gente llega a ellos. Otras veces todo funciona. La misma sensación se vivió a la misma vez en el cuerpo opuesto. Y eso es genial. Pero otras, el escalofrío se queda a vivir en el corazón, para subir asiduamente arriba, para volver a trastocar todo de nuevo. Eso, fuera de la cueva corporal, se traduce en llamadas de teléfono “mataorgullo”, mensajes a las 4 de la mañana, rosas inoportunamente enviadas, noches sin dormir, besos expirados por la imagen de otra boca, sexo sin ganas con otras personas, peleas con amigos, padres, mal humor generalizado.

Y así las personas van uniéndose. Enlazadas por ese escalofrío invisible.

Tan buscado como denostado.

La maldición del periodista




Tener ojos de periodista es a menudo un privilegio frente al resto del mundo. Tener capacidad crítica ante todo, caer en pocos engaños, no dejarse llevar por titulares declaratives. Simplemente parecer un ciudadano algo más preparado que el resto. Pero ese hecho lleva consigo (y lo he descubierto hace pocos meses) un peligro, me atrevería a decir, más dañino. La no creencia en nada. La búsqueda de la tercera pata al gato, como se suele decir. La investigación del porqué esta persona dice esta cosa, o este periódico apoya tanto a este partido o a esta herramienta, o quién está detrás de una crisis en un país, que además resulta beneficiando a un grupo de personas. Esa situación se puede dar incluso en el seno familiar. Si tu hermana no acompaña a tu abuela a un lugar cualquiera, pongamos el caso, y la versión oficial es una, mi visión periodística recibe la información, y busca otra causa. “Esta lo ha hecho porque ha quedado con no se quién para no se qué”. El descrédito de un país comienza desde los cimientos, cuentan algunos llamados expertos. Digo que cuentan, porque aunque me parece un argumento consistente y coherente, esa teoría cada vez más asentada en la opinión pública, de que la crisis es de valores y no de economía, vuelve a traspasar mi oreja para realizar un viaje perfecto hasta la otra y salir como entró. Comienzo a creer en artimañas con muy poca probabilidad de ser verdad, y en una corriente de descrédito acerca de los valores de esta nueva era (Internet, progreso, tecnologías, cambios de hábitos, ciencia) totalmente orquestada. Por quién. No lo sé. Pero quizá sea yo también víctima del descrédito más absurdo. Y así vamos cayendo uno por uno todos los ciudadanos de este país. No creemos en nada, y todo nos parece mentira. El vehículo de la mentira, del que alguna vez escribí, se ha posicionado como el más vendido en los concesionarios de nuestras mentes. Y realmente nadie cree a nadie. Ni el propio país se cree a si mismo. La gente que gana 1200 euros, no se cree que tenga suficiente dinero para comprar una chaqueta. Los que conocen una noticia (poco asidua) de una contratación en buenas condiciones de un amigo, buscan lo que falla. Nadie cree a nadie.

Me cuesta imaginar cómo saldremos de este atrolladero. Normalmente, la mentira se soluciona cuando alguien nos pilla. Pero esta vez no tenemos una madre o un padre que esté pendiente de nosotros. Porque si los tenemos, también están enfermos. Italia tambalea, Francia y Alemania se sientan continuamente sin saber qué decirse y con sólo propósitos. Y la realidad es que están igualmente de afectados por la enfermedad. EEUU ni siente, ni padece; y el resto de países ni están, ni se les espera. Nadie nos puede despertar, y parece que debemos ser nosotros los que lo hagamos por nosotros mismos. Ahí no hay gobiernos, ni estamentos, ni jerarquías. Ahí entra en valor la mente humana. Y la española siempre ha pecado de autodetructiva, excepto estos últimos 30 años. Quizá el fallo es que ya no recibimos el halago, algo que gusta mucho en este país. Pero no quiero vertebrar alguna teoría, porque no tengo ni la más remota idea. Aunque siempre he hablado sin saber.

Contradicciones.

martes, 1 de noviembre de 2011

Otra tierra

La adaptación conlleva un tiempo. Todos lo podemos imaginar. Un cambio de país tiene como consecuencia un cambio de las raíces de una persona. Cambio de temas de conversación, de forma de vestir, de música en la radio, de bares, de personas. Un terremoto en un interior que no se prolonga en el exterior. Y eso es realmente lo peor. Cuando te encuentras solo en un lugar, sin soledad, se suele tener un problema. Pero esto es diferente. El tren va a toda marcha y no es posible pararse a pensar en el por qué de las cosas. No te puedes detener a pensar cómo te sientes porque la búsqueda de trabajo apremia, o el aprendizaje del idioma te angustia. Cada día contiene cientos de retos nuevos. Pueden llegar en cualquier momento. Y normalmente, te pillan desprevenido. Una pregunta que no se entiende, un hábito de vida hasta ese momento desconocido. La creatividad baja, y la pragmática sube. Cuando pasan 4, 5, 6 semanas, encuentras tu asiento, sabes qué supermercado es el más barato, qué tipo de bebida pedir en una discoteca, que la calle aquella conecta con esa otra. La adaptación comienza a llegar a tu mente, porque antes, tu cuerpo estaba pero ella no. Entonces la creatividad aparece. Como llegada de unas vacaciones, con fuerza, con dinamismo, con ganas de contra lo que ha visto durante las últimas semanas. Y entonces, comienzas a sentir. Y a escribir.

martes, 6 de septiembre de 2011

Castillo de naipes

Vivir en la mentira. Maridos y esposas que son infieles, orígenes que no son reales, vidas de anuncio con intrahistorias corrientes. Sonrisas diurnas convertidas en lamentos nocturnos. La sociedad ha puesto a lo largo de toda la historia modelos en los que insertar nuestras vidas. Con la llegada de la sociedad de masas, el consumo global ha acentuado aun más esos estilos de vida recomendados. Recomendaciones llegadas a través de anuncios, boletines, programas de televisión, charlas en los restaurantes más lujosos de Nueva York que acaban resonando en las paredes más vulgares de cualquier ciudad del mundo. Si la moda decide ese año que el escote es más bajo, a los dos meses todas las mujeres del mundo lo tendrán en cuenta. Si comienza a ser normal que la mujer conduzca, los volantes empezarán a llenarse de manos delicadas y con uñas pintadas. Las ideas consumistas viajan en el vehículo de la mentira hacia la realidad. A pesar de las posibles críticas del consumismo más voraz, que también resuenan con fuerza, es imposible que desaparezca todo eso. Porque habita en la mente. En las aspiraciones más íntimas, que pueden ir desde conseguir un ascenso a quitarle el marido a la vecina. En los sucesos más dramáticos en cualquier vida. Que acaban por olvidarse por el bien de todos. El olvido es un magnífico mecanismo para protegerse de todo lo que nos pasa. Siempre podemos recurrir a él, aunque el hecho sea el más extremo que puedas pensar. Un asesinato se cubre con olvido. Una traición, un aborto, una familia. Todo lo cubre el olvido. Vaciar la mente, tapar todo con una buena pala, poner muebles nuevos y listo. Quizá también pueda estar la teoría de que todo lo que haces acaba persiguiéndote. Pero yo no creo en ella. Tan solo te persigue si aparecen circunstancias que desentierran esos recuerdos. Pero eso no sería olvidar. Si no fuera así, no cabría en la cabeza que los asesinos puedan seguir viviendo. O que los infieles puedan llegar a la cama y abrazar a su mujer, horas después de hacerlo con su amante. Supongo que hay personas capaces de activar más frecuentemente ese mecanismo. Sin apenas concentración. Natural. Van creando etapas en el mismo día. Son capaces de dividir 24 horas en 3 tramos. El de la amante, el de la mentira, y el de la familia feliz en casa. Suelen ser, pienso, las personas con mayor poder de decisión. Porque no piensan en la siguiente etapa. No piensan en las consecuencias. Tan solo quieren llevar su idea a cabo. Cabe pensar que no son tan malas personas como puede parecerlo. Quizá, simplemente, se adaptan mejor al vehículo real: la mentira.

martes, 9 de agosto de 2011

Urbanismo sentimental


Vas, vienes, subes, bajas, fracasas, ganas, consigues, pierdes, te enamoras, flirteas, arrancas, desprendes, visitas, ves, observas, te observan, ríes, bebes, tomas, saltas, conoces, te estremeces, recuerdas, apuntas, abrazas, besas, abalanzas, manoseas, hablas, encuentras, callas, sufres, diviertes, trabajas, estudias, buscas, vuelves. La vida tiene tantos tópicos que a veces es complicado vivir algo que no haya sentido nadie nunca. Existen refranes, dichos, sabias populares como tantos pueblos existen, que intentan hacerte ver que lo que tú has pensado, sentido o deseado, ya le ha pasado a otra persona. Y será verdad. Pero, a pesar de todo, aunque exista el mal de muchos, consuelo de tontos (vaya, otro tópico), es inevitable sentir que nadie más puede encontrarse como uno en ese momento determinado. Supongo que será uno de esos mecanismos humanos que se supone hemos fabricado a lo largo de la historia para no sorprendernos con una situación. Para saber qué hizo otra persona, y para tener al menos una versión de que otro cuerpo y alma, tal y como es el nuestro, salió bien parado de esa situación que nosotros en ese momento creemos tan nefasta. O todo lo contrario, para hacernos ver, que a pesar de que en ese momento parecemos tan dichosos, otro en iguales parámetros, perdió todo lo que tenía. Es una arquitectura sentimental, al igual que la de las ciudades. Se construyen rampas para los que van en sillas de ruedas, tal y como nos fabricamos atajos emocionales para salir de una ruptura. Existen vallas para evitar la caída a los precipicios de los rascacielos más altos, como ocurre con la virtud de hacer cosas distintas a las que nos han llevado a la depresión. O se colocan accesorios que producen bienestar previo, como esos enormes aires acondicionados que preceden la entrada a un centro comercial, algo que se identifica notablemente con los nervios felices que sentimos al preparar la maleta que nos llevaremos a ese viaje tan esperado. La arquitectura de una ciudad está hecha del mismo cimiento que la emocional. O mejor dicho, hemos creado la ciudad, tal y como nuestras emociones y sentimientos nos han creado a nosotros. Primero fuimos nosotros, después el alrededor. Después vamos paseando por nuestros sentimientos, descubriéndolos, tal y como hacemos con las ciudades. Visitando museos, pubs o discotecas, tal y como entramos en la muerte, el amor o la alegría. Sabemos los rasgos generales de lo que nos vamos a encontrar dentro de cada lugar, aunque siempre que entramos notamos ese aroma distinto, el que se queda finalmente en el baúl de nuestra memoria. Así una ciudad la identificamos con una persona, con un olor, con una historia o con una droga, igual nos ocurre con cada sentimiento. Pero existe uno que, personalmente, creo es el más difícil de describir. El de la vuelta a los orígenes. Al igual que nos ocurre cuando volvemos a casa, tras un largo viaje por las ciudades, y de nuevo volvemos a saber dónde está todo, qué sentimiento está allí, y cuál era la mesa que compuso mi idea de salón. Cuando todo vuelve a ser natural y palpable. Y volvemos a ese especie de útero con ladrillos. Ese sentimiento familiar, también se queda impregnado en la persona con la que se ha vivido cientos de historias, miles de risas, decenas de confidencialidades. Esa marca, que se labra con facilidad en la infancia, y que con el tiempo cuesta más elaborarla, esa marca, es una marca intransferible e impenetrable. No entiende de peleas ni de decepciones. Va forjándose y tiene su máxima expresión en el momento del abrazo del reencuentro. En la sonrisa que permanece durante los 14, 20, 30 pasos que se producen durante la aproximación de los cuerpos que permanecieron tanto tiempo separados, a pesar de que las mentes estuvieron tan cercanas. Ese vello de punta al recordar aquella borrachera, o aquel momento que pareció crucial en ese instante. Esa amistad. Una amistad que en aquella ciudad, de la que hablaba al principio, se encuentra en un edificio impenetrable. A salvo del tiempo, del lugar, de todo el resto de sentimientos como amor, tristezas, felicidades. Un edificio que solo nos damos cuenta de lo importante que es para la ciudad en el momento en el que nos marchamos de él.

Y cada vez es más difícil encontrarlo.

viernes, 5 de agosto de 2011

Semáforo

Aquel semáforo tardaba una eternidad en ponerse en verde. A la izquierda había un twingo verde en la que viajaba una joven morena, con una de esas gafas que cubren tres cuartos de la cara. Lo que se veía, que eran sus labios, era especialmente tentador. Y más en un día como aquel, caluroso y húmedo. De los que dejaban, sin dudar, los clásicos charcos en las axilas de las camisas. Al fin se puso en verde, y el camino siguió engullendo el coche. Un camino que llevaba hacia la rutina. Hacia la aguja que no anda hacia delante. Pero todo iba a cambiar. Cambio de paisajes, de caras, de conversaciones, de calles, de líos, de problemas. Ante eso, todo era atractivo. Hasta el miedo. Y en ese momento comprendió que había llegado a una bifurcación.

Para excusarse...

Será un error mío, pero ando siempre excusándome. Incluso en algo tan personal e intransferible como mi propio blog, tengo la tentación de buscar una excusa al hecho de no haber escrito durante los últimos 3 meses. La respuesta la dejo para mi mente. La oficial es que no tenía un por qué por el cual abalanzarme contra el teclado. Ahora que todo cambia, parece que le debo al folio en blanco unas palabras. Pero cuando se reinicia algo, no se tiene por qué mirar atrás. Y eso voy a hacer yo. Sin mirar el porqué. Pero aquí estoy. Y a punto de tener que elegir caminos. Vuelvo a la escena. Se abre el telón.

miércoles, 15 de junio de 2011

La corrupción y Dios: simplemente Millás

La imagen provoca un desconcierto enorme por lo que intuimos que representa, aunque no lo tengamos muy claro. Tampoco sabíamos, de primeras, el significado de que el señor de la derecha se declarara amiguísimo de un juez (un tal De la Rúa) que debía decidir sobre su futuro procesal. Pero bastaba escuchar a Camps para que se te encogiera el páncreas. Nos parecía que esa mezcla de política y justicia repugnaba a la razón y era contraria a la honradez y a las buenas maneras. Sentías espanto por la política y por la justicia, de forma separada, y por las dos juntas en tanto en cuanto que lados del triángulo del Estado de derecho. Del mismo modo que hay fotografías que se oyen (la presente, sin ir más lejos), hay frases que se ven: aquellas frases, por ejemplo, en las que Camps se dirigía por teléfono a un gánster (presunto) al que denominaba, entre otras lindezas, "amiguito del alma". Quiere decirse que este hombre se ha dejado fotografiar en las posturas más obscenas, que son, si las encuestas no mienten, las que más ponen al electorado. Aquí aparece como amiguito del alma de los obispos y de la curia en general (no se pierdan los rostros de satisfacción de quienes aparecen en segundo plano). El primer impulso, tras sobreponerse al impacto brutal de la imagen, es recurrir al humor, a la ironía, incluso al sarcasmo. Pero hasta los recursos literarios más nobles huyen de uno en las situaciones límite. Sólo te queda recurrir a la compasión, a la lástima, a la pena. Pues eso, que qué pena (aunque también qué risa) esta alianza entre la corrupción moral y Dios.

lunes, 25 de abril de 2011

Mi alma


Ojos curiosos. Despiertos. En ese momento están cerrados. Duermen. Sueñan. Así te imagino ahora mismo. Me apetece dirigirme a ti. Sin metáforas. Sin montañas que esquivar. Sin creaciones. Porque eres lo más opuesto a la artificialidad. Tu naturalidad lleva ya dos cumpleaños conquistándome. Últimamente me he preocupado de conseguir transmitirte lo que siento. Porque en nuestra historia, tan marcada por la distancia, poco es más importante que las palabras. Los cumpleaños sirven para analizar, repasar, hacer balances, plantear sueños... Un alto en el camino. También sirven para hacer feliz. Una de las mejores acciones que he hecho en mi vida, la hice hace un año. En ese momento me di cuenta de que tenía ganas de hacer cosas por ti. Un año después, independizada, con lo que hemos vivido, con lo que he escuchado de ti, con lo que he podido saber más de ti... lo pienso, lo analizo, y me pareces una mujer francamente espectacular. Quiero felicitarte sobre todo por tu capacidad para minimizar los problemas, por tu energía positiva que la he llegado a sentir a tantos kilómetros de distancia, y por haber conseguido en este último año hacerme feliz. Feliz contigo, feliz pensando en ti. Uno de los momentos que para mi, mejor te dibujan, es cuando en el aeropuerto de Sevilla, en tu viaje de vuelta, te informan del recargo monetario. Muchas veces, cuando en mi cama te recuerdo, cuando tengo uno de esos días jodidos y quiero viajar con la mente hacia la felicidad, me viene a la memoria cómo respondiste, sin agobios, sin problemas. Con una hermosa sonrisa. Como la que tienes. Es algo pequeño, pero un acto que te representa. Por eso quise y aun quiero, para qué engañarnos, seguir pegado a ti. Porque tienes una habilidad extraña para hacer feliz a los que están a tu lado. Aparte claro, del gran número de cosas que me dice el corazón cuando te veo, te escucho o te siento. Muchas gracias por este último año. Felicidades por los 19, aunque el número sea inferior a la madurez que tienes. Y espero, deseo, quiero, anhelo, que este año que comienza hoy sea aun mejor que el anterior. Y que yo pueda formar parte algunos días del mismo. Te quiero mi alma. Disfrútalo.

miércoles, 13 de abril de 2011

Último. Volátil.

Es difícil crear. Más complicado es mantener una deuda. Yo sólo sé regalar palabras. Pero esta vez no sé ni lo que siento. La única palabra que me viene a la mente es último. Todo lo que veo, observo, siento, puede ser la última vez que lo perciba. El último apretón de mano, la última vez que su tórax sube y baja, el último terrorífico ruido sin mensaje, la última vez que la veré. A partir de ese momento sólo será recuerdo. Pero, egoístamente no quiero que llegue a ese momento. Si por mi fuera, la mantendría delante mía. Inconsciente. Pero viva.
Es aterrador pensar en los muchísimos lugares por los que pasean unas piernas, para acabar tumbadas en la cama sin ninguna orden que recibir. Es terrorífico imaginar el momento en el que sabes que tu energía se consume. Es sobrehumano observar la muerte. Y saber que está ahí. Que va aterrizando encima de cada persona que conoces. Que no entiende de bocadillos de jamón para pasar la resaca, o de conversaciones sobre la Guerra Civil, o de viajes desde Sevilla en AVE. La muerte no entiende de buenos momentos. Aparece. Cuando le da por ahí, sin previo aviso. Te da menos de una semana para que lo asimiles. Y acaba con todo de un plumazo. No entiende de una vida tan llena de vivencias, como de cabeza bien alta. No le puedes explicar que has sido víctima de tu mala suerte desde que has sido pequeña, que has sufrido los desaires de la familia que te acoge, que has vivido una dictadura siendo mujer de un "traidor a la patria", que has pasado un cáncer de mama, que has vuelto a andar cuando tus rodillas llegaron a decir que no. Que has visto nacer a la hija de la nieta que criaste. Que has vivido de alquiler, con ese orden maníaco de cada cosa que hacías. Que cuidaste a tu marido hasta que murió sin poder recordarte. La muerte pasa de eso. Te tumba contra la cama, se introduce por la garganta, por los pulmones, por el páncreas. Sin piedad. Tal vez sea que nosotros somos los verdaderamente humanos. Los que sí somos piadosos. Y que ella es tan sólo una poderosa sin capacidad para sentir.

VOLÁTILES. FRUGALES. DE PASADA. RECUERDOS. SOBREIMPORTANCIA. VIDA ASOCIADA AL FIN.

Y te fuiste acompañada de la mano de aquella sombra oscura con guadaña. Curiosamente, fue la que te dio la bienvenida cuando llegaste. Por eso, debías saber que siempre había estado allí.

viernes, 18 de marzo de 2011

DESEOS

Cuando pesamos 80, queremos pesar 75. Cuando se libera Egipto, queremos que se libere Libia. Cuando echamos un polvo, queremos echar el segundo. Si se gana la liga, se quiere la champions y la copa. Si nos pagan 100, queremos 200. Si me das un beso, quiero dos. Si los espaguetis tienen tomate y atún, los hubiera preferido con algo de queso. Si me quieres, preferiría que me amaras.

Andamos de inconformismo en inconformismo. Deseamos con el peligro de no conseguir. Paseamos por un alambre que adelgazamos con nuestros propias peticiones. Dice una frase de una canción que ahora mismo no ubico: ¿a qué tienes miedo? a reir y a llorar luego. Cursi, pero cierto. La ilusión nos puede a todos, pedimos más y más, y la ambición nos hace sufrir. Nos cuesta ser felices, a pesar de que tenemos todo para serlo. Quizá de ahí radica la diferencia del ser humano: que tenemos envidia. Si él tiene lo que quiere aquí y ahora, ¿por qué no lo tengo yo?

Pero de repente llegan días distintos. Que nacen de pie. En los que me apetece ser optimista. Aprovechar cada risa, cada juego de palabras. Con personas que quizá en un futuro echaré de menos. Exprimir las horas, olvidar mis preocupaciones, empujar en lugar de tirar. Alegrarme desde mi cama por lo que otros están viviendo ahora mismo. Cantar a pleno pulmón con una sonrisa esa canción que me trae buenos recuerdos. De ahí debe surgir la idea de que realmente por eso somos humanos: nos emocionamos con la simple ayuda de nuestro archivo. A causa de una canción. De una estrofa. De una frase. De un programa.

¿Por qué no? Dejemos volar la mente... =)

martes, 15 de marzo de 2011

La más nombrada

Numerosas noticias versan sobre ella. Aparece decenas de veces en los periódicos, en los informativos, en los boletines de radio. Marca el principio de etapas, el final de otras. Influye en estilos de vida, determina ritos sociales y causa movimientos ciudadanos tremendos. Crea tristeza, alegría, drama, lágrimas, riqueza. Se ha hablado a lo largo de la historia siempre de ella. Ha creado religiones, ha fomentado interpretaciones sobre ella, ha marcado la vida.

Siempre está ahí. Nunca la vemos, aunque siempre la tratamos. Un día, cuando llegas a casa, tras sentirte más vivo que nunca, aparece. Sibilinamente, tras un comentario vacío en la televisión, se cuela en la mente, y comienza a empujar las reflexiones hasta que tratamos de olvidarla de nuevo. Es como ese examen que se tendrá dentro de dos semanas, que ataca la conciencia cuando no se está estudiando, y que los seres humanos tratamos de tapar, a pesar de que en algún momento tendremos que enfrentarnos a él. Ante la muerte también tendremos que enfrentarnos. Y nunca estaremos lo suficientemente preparados. Una pena. Y más miedo.

viernes, 11 de marzo de 2011

El desorden de la mañana

Folio en blanco. Todo por empezar. Día nuevo. Hay sol. No hay pensamientos. Mente clara. Agua caliente. Manos frías. Café hirviendo. Cada vez que se levantaba, ÉL no confeccionaba pensamiento alguno en su mente. Todo era puro. Angelical. A cada paso que daba, la nebulosa que formaba su cerebro iba conectando de tal manera que los recuerdos se hacían cada vez más palpables. De repente, una noticia en la radio le hacía recordar que esa mañana debía llamar a aquel vecino cuyo acerado llevaba sin pavimentarse más de dos años. Sería una buena noticia, si se trata bien, reflexionaba mientras se enjuagaba la cara.

Cuando bajó a la cocina, recordó a través del olor del café que ese día le tocaría comer en el trabajo. Ese recuerdo le evocó que tenía en un tupper preparado pollo asado. Ese mismo pollo asado que ayer vio cocinar a su madre tras venir de jugar al fútbol. Un partido que había jugado con aquellos amigos a los que nunca veía si no tenían un balón en los pies.

Los recuerdos empezaban a conectar unos con otros. Cuando estaba a punto de abrir la puerta casi todo su universo estaba de nuevo ordenado. El sueño había dejado escapar todo lo que había ocultado durante la noche, y la calle que veía nada más salir de aquella acogedora casa era la que él tenía en el baúl del recuerdo. Atravesando esa carretera de imágenes, olores, tacto, llegó a ELLA. ELLA volvía a estar mirando desde arriba todo lo que ocurría abajo. Tenía poder sobre toda su mente, y era capaz de relacionar por ejemplo una canción con su recuerdo. O una simple frase, con su risa. Cuando se topó con ELLA, a ÉL no le quedó más remedio que sonreir. Volvía a estar todo como lo dejó anoche. No sabía si por suerte o por desgracia, porque el reucerdo comenzaba a atormentarle. Pero hasta ese momento, recordar a ELLA le hacía feliz. Por eso, un día más, volvío a conducir imaginando sus besos, su cuerpo andando, e incluso el sexo que llegó a tener con ELLA.

Como siempre acabó pensando que poco tiempo antes, ese recuerdo lo pudo tocar. Y entonces ÉL tuvo la certeza de que así lo volvería a hacer.

martes, 8 de marzo de 2011

La persona como recuerdo

Los objetos, los muebles, una silla, una blusa. Nos recuerdan a cosas, a olores, a besos, a riñas, a voces. Todo lo que conlleva una persona. Lo que nunca pude creer es que la persona pudiera traer el recuerdo. No el recuerdo de sucesos, sino de sentimientos. Cerrar los ojos, volver a un escenario, medir tu felicidad. Entonces te aterra pensar que la causa de ese sentimiento es simplemente una persona. Una persona que quizá no vuelva, que no aparezca. Y entonces, el recuerdo se queda como eso. Algo en la memoria.

Lo peor es que lo que queda en la memoria es lo que no vuelve a pasar. Imagina pasar por una carretera llena de sonrisas, música agradable, placer, risa. Y que ese kilómetro acabe pasando, y nunca vuelva.

Siempre creí en la capacidad que tienen los objetos. Tonto de mi. No me había dado cuenta de la capacidad que tiene una persona. Entonces... el sentimiento se queda congelado. No hay forma de volver a él, pero lo sientes. Te mira, te hace recordar. Tiene ojos, boca, labios, besos. Pasas por delante de él cada día sin poder alcanzarlo. Sólo te queda relatar las palabras que te dijo alguna vez, recordar lo besos que te dio o recomponer el olor que está clavado en tu memoria.

Y esperar que ese recuerdo, tal y como tú lo conociste, no lo conozca nadie más.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Apretones de manos

Apretones firmes, desahogados, tensionados. Entre amigos, por debajo, por encima, con el jefe. Con tu salvación, con el médico que anunciará si es niño o niña, o con el médico que dirá si es un tumor o un bulto de grasa. Apretones imprevisibles, ensayados, molestos. Con un viejo conocido, con el o la protagonista de los próximos años de tu vida.

Conocer es la esencia de cada paso. Las manos se entrelazan como acto litúrgico cada vez que hay un nuevo personaje dentro del plano. Sepamos lo que va a decir, o desconociéndolo. No importa. Podemos apretar la mano de nuestro asesino, o hacerlo con la mujer del resto de nuestra vida.

Y en ese apretón andamos. Ahora miramos al terror cara a cara y podemos ponerle ojos, cara, nombre. Por fin ha dejado de posicionarse en la parte oscura de la tabla, y se aproxima con distintas estrategias para llegar a seducir a nuestra mano. Nosotros ya estamos acostumbrados a este tipo de forma de actuar. Entonces, desconfíamos.

ETA se ha vuelto a disfrazar para convencernos de que ha cambiado. Que se ha hecho mayor, y no tiene ganas de seguir por una vida tan trabajada y laboriosoa. La recibimos con sorpresa y calma tensa. La observamos. La analizamos. Lógico.

Pero un apretón de manos no se le niega a nadie ¿no?

miércoles, 26 de enero de 2011

Libertad

Llevaba tanto tiempo sin escribir, que justo antes de introducirme en las palabras de mi propio blog, creía que era el primer texto de 2011. Pero no. Cuando el hombre despertó, la química ya estaba allí. Se podría decir. Parafraseando.

Escribir un titular con la palabra libertad debería dar al menos respeto. Libertad conlleva tantos significados, tantos matices y tantos sentidos que sería imposible saltarlos sin resbalarte alguna vez en una de sus rocas. Libertad absoluta es imposible de concebirla, y la muerte es la primera que no lo permite. Pero hay libertades especiales, individuales, únicas. La primera que puede llegar es la de las palabras. En las que tanto me fijo. Decir un orden determinado de palabras puede ser algunas veces imposible de pronunciar. Entonces, esa libertad que tanto estoy manoseando, no existe. No existe porque miles de sentimientos, recuerdos, añoranzas, políticas sociales, hipocresías o mentiras a uno mismo, no lo permiten.
Tan difícil decir : "Ya no te quiero. Te has puesto gordo" o "Tengo ganas de follarme al joven de mi oficina. Y lo voy a hacer mientras tú trabajas".

Yo abogo porque no se quede nada dentro. Pero es imposible. Todos tenemos docenas de frases al día que no decimos por una causa de su entorno. Esas docenas de frases al día suponen más de 4000 frases que se quedan en el purgatorio verbal. De todas ellas, unas 20 podrían cambiar el sino de nuestro futuro. Pero se siguen quedando ahí. Por eso... cuando el silencio actúa, la frase se bloquea. Yo no quiero París sin aguacero ni Venecia sin ti, dijo Sabina. Pero lo que menos quiero, es que ese bloqueo, me deje sin saber.

lunes, 3 de enero de 2011

Química


Debe ser cierto eso de que estamos compuestos de elementos químicos. La química reacciona sin un por qué. Una sustancia se adhiere a otra, o la repele simplemente por una cuestión biológica, y por lo tanto inexplicable. No hay causas. Por ello, no debería haber consecuencias. Pero las hay, porque en ese momento influye el cerebro, los sentimientos. De repente, no te apetece ver a alguien. Te produce urticaria sus palabras, sus gestos, su mirada. Odias sus pasos, maldices sus sonidos, te chirrían hasta sus pensamientos. Sin un por qué. Algo que te supera, que no puedes controlar. Esos síntomas te producen malos modos, peores contestaciones, tensos silencios en la mesa. Y todo, por la maldita química.

La misma química que te hace desear a una persona. A pesar de sus plantadas, su actitud egoísta o sus dientes amarillos. El impulso que los elementos contenidos en la tabla periódica otorga al cuerpo, te lleva a mezclarte con otro. Sin saber por qué. A desearlo, a depender de él. Tu interior, por lo tanto, tu esencia, depende de otra. Cuerpos elaborados individualmente con el único sentido de buscar un acompañante.

Entonces los sentimientos se ponen a flor de piel. Siempre abstractos, comienzan a dibujarse, a mostrarse frente a otros sentimientos. La química se hace cuerpo, el amor y el odio descubren a sus personas. Se destapa el juego.

Gritos y besos. Sexo y peleas. Insultos y caricias.

La química tiene la culpa de todo. Y los sentimientos tan sólo son sus hijos.