jueves, 17 de noviembre de 2011

La maldición del periodista




Tener ojos de periodista es a menudo un privilegio frente al resto del mundo. Tener capacidad crítica ante todo, caer en pocos engaños, no dejarse llevar por titulares declaratives. Simplemente parecer un ciudadano algo más preparado que el resto. Pero ese hecho lleva consigo (y lo he descubierto hace pocos meses) un peligro, me atrevería a decir, más dañino. La no creencia en nada. La búsqueda de la tercera pata al gato, como se suele decir. La investigación del porqué esta persona dice esta cosa, o este periódico apoya tanto a este partido o a esta herramienta, o quién está detrás de una crisis en un país, que además resulta beneficiando a un grupo de personas. Esa situación se puede dar incluso en el seno familiar. Si tu hermana no acompaña a tu abuela a un lugar cualquiera, pongamos el caso, y la versión oficial es una, mi visión periodística recibe la información, y busca otra causa. “Esta lo ha hecho porque ha quedado con no se quién para no se qué”. El descrédito de un país comienza desde los cimientos, cuentan algunos llamados expertos. Digo que cuentan, porque aunque me parece un argumento consistente y coherente, esa teoría cada vez más asentada en la opinión pública, de que la crisis es de valores y no de economía, vuelve a traspasar mi oreja para realizar un viaje perfecto hasta la otra y salir como entró. Comienzo a creer en artimañas con muy poca probabilidad de ser verdad, y en una corriente de descrédito acerca de los valores de esta nueva era (Internet, progreso, tecnologías, cambios de hábitos, ciencia) totalmente orquestada. Por quién. No lo sé. Pero quizá sea yo también víctima del descrédito más absurdo. Y así vamos cayendo uno por uno todos los ciudadanos de este país. No creemos en nada, y todo nos parece mentira. El vehículo de la mentira, del que alguna vez escribí, se ha posicionado como el más vendido en los concesionarios de nuestras mentes. Y realmente nadie cree a nadie. Ni el propio país se cree a si mismo. La gente que gana 1200 euros, no se cree que tenga suficiente dinero para comprar una chaqueta. Los que conocen una noticia (poco asidua) de una contratación en buenas condiciones de un amigo, buscan lo que falla. Nadie cree a nadie.

Me cuesta imaginar cómo saldremos de este atrolladero. Normalmente, la mentira se soluciona cuando alguien nos pilla. Pero esta vez no tenemos una madre o un padre que esté pendiente de nosotros. Porque si los tenemos, también están enfermos. Italia tambalea, Francia y Alemania se sientan continuamente sin saber qué decirse y con sólo propósitos. Y la realidad es que están igualmente de afectados por la enfermedad. EEUU ni siente, ni padece; y el resto de países ni están, ni se les espera. Nadie nos puede despertar, y parece que debemos ser nosotros los que lo hagamos por nosotros mismos. Ahí no hay gobiernos, ni estamentos, ni jerarquías. Ahí entra en valor la mente humana. Y la española siempre ha pecado de autodetructiva, excepto estos últimos 30 años. Quizá el fallo es que ya no recibimos el halago, algo que gusta mucho en este país. Pero no quiero vertebrar alguna teoría, porque no tengo ni la más remota idea. Aunque siempre he hablado sin saber.

Contradicciones.

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