jueves, 17 de noviembre de 2011

Principios


Como el granito más pesado, el utilizado para encimeras por ejemplo. Como el cáncer más terminal. O el núcleo de la tierra. Inamovible. Principios que forman a la persona. Personas formadas por principios. Rocas impasibles. Frases repetidas a lo largo de los años que se vuelven señas de identidad. Impertérritos argumentos, que no se intimidan ante nada. Pasan días, meses, años. Tiempo en general. Y sigue ahí. Y de pronto ocurre. Una mirada, una cara bien organizada. Que se mete en la mente, y comienza a trastocar todo. Sin importar si sus movimientos pueden hacer sufrir o celebrar. Si lo que haga o deje de hacer pueda ocasionar un caos, de días, meses, años. Tiempo de nuevo.

Ese escalofrío durante el cual esa mirada se hace un lugar en una mente, puede llegar a través de una canción, de una conversación, de un beso, o de un libro prestado. Se camufla para no ser descubierta por los sistemas de seguridad que la persona tiene establecidos. Sistemas que pueden ser los más sofisticados del momento. Quizá incluso los coloca una empresa. Una subcontrata, tan de moda ahora. Que entra en los cerebros, los fortifica, los aísla. Los prepara para que estén solos. Y se van. Y el contrato dura hasta la muerte. Sin posibilidad de rescisión. El contratante, la persona, firma porque en ese mismo momento está viviendo un shock traumático. Un shock que le ha llegado por no tener ningún tipo de seguridad. O puede firmar también por influencia del shock vivido por una persona cercana. Y firma convencido. “Esto a mi no me ocurre”. Y blinda su cerebro, aumenta su poder frente al corazón. Incluso lo chantajea. “Si no haces lo que digo, y me das el pleno poder en la disyuntiva corazón o cerebro, dejó de mandarte bombear sangre, y mueres”. El corazón accede.

Accede hasta que aparece ese escalofrío. El corazón lo ve subir por las escaleras corporales. Hacia el cerebro. Ve cómo es capaz de desmontar toda esa red de seguridad que tanto miedo le infundaba a él. Y comienza a palpitar. A gritarle, para que se aproxime a él. El escalofrío siempre va tras trastocar la parte de arriba. La racional. Porque sabe que la sentimental nunca se le resistió.

Y ahí comienza el desierto o el más verde de los prados. Sin saber el final. El corazón incluso piensa algunas veces en no respetar las leyes que le impuso el cerebro. Y olvidar que su bombeo depende de él. En esos casos se muere por amor. Son los más extremos. Poca gente llega a ellos. Otras veces todo funciona. La misma sensación se vivió a la misma vez en el cuerpo opuesto. Y eso es genial. Pero otras, el escalofrío se queda a vivir en el corazón, para subir asiduamente arriba, para volver a trastocar todo de nuevo. Eso, fuera de la cueva corporal, se traduce en llamadas de teléfono “mataorgullo”, mensajes a las 4 de la mañana, rosas inoportunamente enviadas, noches sin dormir, besos expirados por la imagen de otra boca, sexo sin ganas con otras personas, peleas con amigos, padres, mal humor generalizado.

Y así las personas van uniéndose. Enlazadas por ese escalofrío invisible.

Tan buscado como denostado.

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