viernes, 9 de diciembre de 2011

Confesiones

Cada vez todo me parece más extraño. De repente, dijo la parte confesora, todo lo que digo no sirve para nada. Cuando ellos quieren saber lo que siento, lo que hice, el por qué, de dónde vino todo, por qué decidí hacer aquello… Ahora no me escuchan, y se asustan. No deben hacerlo. No sé por qué lo hacen. ¿Qué prefieren? El hermetismo de antes. El silencio. La mirada no atinada… No sé qué ocurre ni por qué. Pero lo cierto, es que parece que nunca estoy en el momento adecuado ni en el lugar preciso. O era al revés. Da igual. No sirve de nada. Si total, quién se va a preguntar si esos adjetivos estaban bien puestos o no… Un crítico aburrido, quizá. Pero quién le importa ese crítico. Si nadie los lee. Los periódicos los tienen en nómina por parecer modernos y actuales. Pero nadie les hace caso. Así que pongo las palabras donde me da la gana. Y después que venga quien sea y las cambie. Pues eso, de qué importa lo que ponga. No importa ni eso, ni lo que sienta. Ahora resulta que no era lo que esperaban. ¿Qué esperaban?

El confesor se revolvía en su habitáculo, sin gran cosa que hacer. Sólo pensar. Y eso le era muy doloroso. Además había visto, gracias al periódico que los operarios de la libertad de expresión le facilitaban cada mañana que el país donde se encontraba acababa de separarse del país de donde provenía. Se encontraba en territorio enemigo pues. Como cuando jugabas al clásico balón prisionero, que si te daban, acababas secuestrado en campo contrario. Con la posibilidad de atentar contra el equipo que te había secuestrado. Pues así, pero sin poder hacerle nada a los secuestradores. En realidad, se imaginaba con dignidad alta, que no la tenía, y debía coger su maleta y volver. Dejar de confesar y acabar con las denominadas “chominadas de La Carlota”. Que escritas además no tienen la misma fuerza. Tú, míralas otra vez, suenan mucho peor. Pero bueno ahí están. Que no es poco. Es como esa novia que la ves muy guapa, y que después se la enseñas a tu amigo en fotos, y no lo es tanto. Y dices, guardando el móvil, bueno es que no sale muy bien. Pues eso debería volver. Si no quieren a los míos, yo no los quiero a ellos. Aunque me traten bien. No me importa. Tengo la cabeza muy alta. Que ellos no quieren euro, pues yo no quiero libra. Quemo todas las mías en la plaza del pueblo. Y por fin tengo una portada de periódico, que fue para lo que estudié. Y protagonista total. Pero no, me quedaré aquí, aguantando. Rompiendo el sistema desde dentro. Con llegar 5 minutos tarde al trabajo, los cientos de miles de españoles que estamos aquí, amontonaríamos tanto retraso, que esto lo paramos. Por mi vida, que lo paramos. Uy, hablo como si tuviera una copa en la mano, y pretendiera cambiar el mundo. Imposibol. Como dirían aquí.

Pero sigo a vueltas con mi confesión. Para una semana que me muestro. Que me desangro delante de alguien. Que saco mis órganos a la palestra, los pongo a los ojos de todos, para que los diseccionen. Para una semana que hago todo eso. Resulta que no era el momento. Pues nada, será que nunca estoy en el momento. Que no vivo en el tiempo. Que no mido, o que yo que sé. Que vivo en la mentira, como dice el Millás siempre. Pues a lo mejor es eso.

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