viernes, 17 de febrero de 2012

Deficit de verdad

A poco que absorbas lo que ves, lees o escuchas, la cantidad de información que se recibe al cabo del día es desbordante. Noticias políticas, sociales, deportivas, económicas. Catástrofes, bodas, victorias, muertes, inventos. Nada queda en el tintero, todo se cuenta, o se intenta contra. La llamada a un móvil comienza con un “A qué no sabes quién me he encontrado hoy?” o “me he enterado de que…” Recibimos continuamente titulares, sin análisis, sin pararse a reflexionar acerca de un hecho. Buscamos el hecho.

Y ese atajo del camino, nos lleva a reclamar cada vez con más energía e impaciencia, el camino más corto. No queremos rodeos. Queremos que la crisis económica se acabe en 3 días, que haya un cambio de ciclo en el deporte rey tras 2 partidos, que la república se instaure de un lunes a un martes, o que nos casemos tras 2 meses escasos de noviazgo. Queremos follar antes de conocer, o cobrar el sueldo antes de trabajarlo. Un stress, que como todo lo que ocurre en una sociedad capitalista, se maquilla con opciones que parecen aflojar ese agotamiento: esa entrevista del empresario más rico del mundo en la que asegura que le gusta pasear por el campo antes de empezar la jornada, estados en el facebook sobre el masaje que recibió un amigo el día pasado o aseveraciones de cientos de personas en las que se indica que se prefiere la tranquilidad al murmullo o los documentales de la 2 a una mesa llena de gritos. Todo esto me lleva a pensar, sin ninguna pretension de convencer, acerca de mi querido, criticado y defendido concepto de la mentira.

En estos días, hemos recibido la noticia de que el Gobierno de Espana entrante, habría maquillado el deficit ante la Unión Europea, para que le fuera más fácil conseguir el objetivo que le marcan desde Bruselas. Algo, que ha sido mínimamente censurado por parte del ejecutivo, lo que hace pensar que quizá, al menos, está contrastado. La mentira de nuevo entra en escena, y esta vez en los estamentos de decision más importantes que conocemos, al menos,en el Viejo continente. Lo primero que se me viene a la mente, y por lo tanto, lo más obvio, es el sincero agradecimiento a los gestores más importantes del país, por confiar que nosotros no mintiremos en nuestros trabajos (salir 10 minutos antes, maquillar objetivos, dejar asuntos a medio hacer) aunque los veamos a ellos mentir. Un agradecimiento irónico claro, todos mentimos.

Pero como lo más obvio no tiene porqué escribirse, y además no me gusta escribir sobre política y gestiones (prefiero hacerlo con una copa o en un bar: se es más acalorado y muchas veces más certero), quiero hacer una nueva defensa de la mentira. Esa que nos acompana a todos, que no nos decepciona nunca si la utilizamos bien, y que ofrece resultados mucho más que satisfactorios. En este caso era algo tan oficiosamente importante como el deficit público, pero otras veces son resultados más tangibles, directos, primarios y sin atajos (lo que la sociedad quiere): se me viene a la mente follar, más dinero, reconocimiento de los demás, conseguir un trabajo… Y muchas cosas más. En algunos casos, la vida es una propia mentira, e incluso es totalmente exitosa. Casos hay muchos y no estoy aquí para contarlos. Pero me sorprende la antipatía con la que se mira a una herramienta que tanto nos ofrece. Yo me dejo llevar por ella, muchas veces te conduce a lugares inesperados, sensaciones placenteras y aventuras incontables. Otras, cuando te la descubren, te ponen el contador a cero.

Y además, siempre te quedará la verdad.

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