viernes, 5 de agosto de 2011

Semáforo

Aquel semáforo tardaba una eternidad en ponerse en verde. A la izquierda había un twingo verde en la que viajaba una joven morena, con una de esas gafas que cubren tres cuartos de la cara. Lo que se veía, que eran sus labios, era especialmente tentador. Y más en un día como aquel, caluroso y húmedo. De los que dejaban, sin dudar, los clásicos charcos en las axilas de las camisas. Al fin se puso en verde, y el camino siguió engullendo el coche. Un camino que llevaba hacia la rutina. Hacia la aguja que no anda hacia delante. Pero todo iba a cambiar. Cambio de paisajes, de caras, de conversaciones, de calles, de líos, de problemas. Ante eso, todo era atractivo. Hasta el miedo. Y en ese momento comprendió que había llegado a una bifurcación.

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