Bueno, prometí y cumplo.
Me he informado, he buscado en las hemerotecas, en las páginas que
recopilan teorías y estudios sobre educación. He buceado entre los
que, acertados o no, intentan encontrar alguna solución al gran
problema de la enseñanza en España. He leído mucho. He aprendido
mucho. Vamos, que ando un tanto mareada entre tanto conductivismo,
cognitivismo y construtivismo. Tanto ismo. Que parece que seguinos en
los principios del siglo XX. Pero... oye, que no me he encontrado con
ningún estudio pedagógico, serio o no, del Ministro Wert.
Me preocupa un poco pero
sin pasarme. Vamos, que tengo claro que ser Ministro de Educación no
significa saber de eso. Como tampoco ser de Interior o de Sanidad.
Bastante tienen con jurar y esas cosas y asistir todos los viernes a
los Consejos y luego tener que salir en los medios, haciéndose los
sordos ante la insistencia de tanto becario del periodismo que quiere
medrar. No se le puede pedir a un Ministro de Educación que sepa lo
que es un polisíndeton como el anterior. Vaya tontería. A un
ministro que se precie le basta con ser de un partido ganador, haber
hecho méritos en algún cargo que le haya traído beneficios del
tipo que sea a su Presidente y estar en el sitio adecuado en el
tiempo preciso. Y, si puede, producir titulares que sirvan para
enmascarar lo que hace mal el que lo nombró. Eso está muy bien
pagado.
Que, bueno, que no tiene
ni idea de qué se cuece en las aulas; que nunca ha visto a un alumno
de secundaria en su vida; que confunde los tipos de enseñanzas, que
nunca se ha preocupado de conocer in situ de qué va eso de una
pizarra y una transmisión de conocimientos... pues, nada, no pasa
nada. Al fin y al cabo, él, el señor Wert, fue a colegios de pago,
de esos que enseñan lo que Dios manda a los que Dios manda. Que
alguno no puede pagarse los libros o comer caliente al mediodía o
sobrevive sin profesores la mayor parte del día, pues bueno, es su
problema. Es mucho más necesario “españolizar a los alumnos
catalanes”. Eso sí que duele. Pobrecitos, que al paso que van,
considerarán que España comienza en el último peaje de la AP7 y
termina en Marruecos. Almas cándidas. Sin historia, sin literatura,
sin arte, sin una lengua que los dignifique. Eso sí que es
importante. ¡Ah! ¡y la Educación para la Ciudadanía! ¡y quitar
el Griego! ¡y las Reválidas! Que el Ministro las pasó cum laude y
así le ha ido de bien en la vida.
Resumiendo, que solo he
encontrado que este jefe mío se dedicó a las encuestas de opinión.
Durante casi toda su vida. Aunque, entre una y otra, se afanó en
enseñar a los futuros periodistas y en sentarse en algunos Consejos
Asesores de esos de tomar café y hacer amigos. Ese bagaje
intelectual le debe haber dado a nuestro querido Wert la varita
mágica para resolver de un plumazo el grave problema del fracaso
escolar de nuestros alumnos y alumnas. Ha debido pensar que si sus
antecesores hicieron sus reformas desde el derecho, la política o la
sociología, qué podía impedir que él tuviera la suya. Su minuto
de gloria. Como todos los demás. Sin tener ni idea. Claro que a
ninguno se les había ocurrido que lo que había que hacer es tener
menos estudiantes en las aulas y que los que quedaran debían ser
adoctrinados en la “Formación del
Espíritu Nacional.” Con ello, ha debido imaginar don José
Ignacio, matamos dos pájaros de un tiro: mejoramos los rendimientos
escolares, eso sí, de los que consigan llegar a presentarse a alguna
prueba y nos aseguramos de formar mentes al estilo de antes de la
Transición. Jóvenes españolizados a la antigua usanza. Eso sí,
sin idiomas ni ciencia. Que se españolice Europa.
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