sábado, 5 de mayo de 2012

Espejos cóncavos

Al final va a tener razón don Ramón. Y eso que lleva casi un siglo muerto. Los héroes clásicos tienen que mirarse al espejo para comprender que no son más que lo que somos todos: un cuerpo con necesidades fisiológicas y ningún glamour. Y con tapes. El otro día escribía yo sobre el eufemismo que últimamente ha invadido España y sus habitantes. Hasta en la cola del súper se nota. Hablamos de estabilización incrementada del precio de la leche o de reforma al alza del coste de los huevos. Pero, bueno, aún así, aunque no lleguemos a fin de mes, aunque nos deban (o mejor, nos hayan retenido momentáneamente) cuatro meses de paga, aún así, digo, o no vamos de vacaciones o no nos llevamos la fiambrera debajo el brazo. Claro que tenemos lo que hemos querido. Un presidente que se lo curra (él, sí) que sabe que si un periódico casi llega al clímax viéndolo así, tan de andar por casa (yéndose de fin de semana, sí, pero sin molestar a nadie, sin helicóptero, con media escolta, porque no tiene más remedio) lo va a sacar en portada, le va a dedicar un editorial o un artículo de fondo, pues se mete en la cocina, hace una tortilla de patatas y unos filetes empanados y se va, sacrificándose por la patria, a donde haga falta. Nuestro don Ramón le hubiera dedicado no un esperpento sino dos. Uno con la Cospedal acompañándolo en una tournée por Castilla la Mancha y otro con Ángela MerKel, robándole la cartera en la puerta de la Moncloa. Ya no puede ser. Nos tendremos que conformar con las palabras de aquellos que han vuelto a poner de moda los espejos cóncavos. Pero sin clase. L.R.CH.

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