viernes, 3 de agosto de 2012

Sociedad y personas. Personas y sociedad.



El mundo está patas arribas. El mundo es un desastre. La inconformidad del ser humano. La crisis de las soluciones tradicionales. La necesidad de un nuevo orden mundial. El pensamiento enclaustrado dentro de una frase común. El problema de fondo olvidado por arreglar la superficie. El maquillaje a los datos. El maquillaje a nuestra propia vida. La necesidad de decir que estamos bien cuando hay algo que no controlamos. Y si lo que se está gestando es algo totalmente genuino, que ni tan siquiera nosotros podemos llegar a imaginar. Si detrás de esta revolución de sentimientos y pilares fundamentales del sistema que vivimos existe algo que ni tan siquiera podemos atisbar a descifrar. Si el terremoto está gestándose y nosotros solo lo podremos vomitar. Si somos marionetas controladas por nuestro destino. Nos enamoramos y nos desenamoramos para llegar a nuestra meta. Nos revolucionamos para llegar a otro modelo de sociedad. El destino nos pone obstáculos para derribarlos y dañar cuerpos. Personas. Pero la felicidad de la sociedad y la de una persona se rigen quizá por patrones muy parecidos.

El laberinto de la sociedad
Soy gran aficionado de enlazar lo que pasa en la vida común, es decir, la de las noticias, acontecimientos que vivimos en colectividad, y lo que nos pasa a nosotros mismos .Es más, defendería el hecho de que muchas de las historias que recibimos a lo largo del día tienen que ver con sentimientos primarios, los que todos sentimos. Cuando Strauss Kahn trató, supuestamente, de violar a una mujer en un hotel de Nueva York, además de su perversión, quizá también tuvo como causa el poco amor que sentía hacia su propia persona. Gobernador del FMI, hombre de éxito, llamado a ser protagonista en los siguientes años en Francia, tal vez sentía algo dentro que no cuadraba con lo que veían fuera. Podría no ser feliz, e incluso pensar que si todo hubiera salido bien y se hubiera convertido en presidente del país galo, no hubiera hecho otra cosa que ahondar en su infelicidad. Está más o menos claro que ninguno de los presentes buscamos la infelicidad, por lo que puede ser casi humanamente y egoístamente lógico actuar como lo hizo el Sr. Kahn. Buscaba la felicidad. El alivio. Un alivio que infringía la ley. Pero alivio al fin y al cabo.

En esa paz y alivio nos intentamos mover. Y algunas veces lo correcto o el deber no se corresponde con la felicidad o la intimidad de cada persona. Por eso, cuando veo ese trajín de políticos yendo de arriba abajo por el continente. Buscando soluciones sin encontrarlas. Me pregunto si no se despertarán y habrá un momento en el que piensen en lo que verdaderamente sienten. La realidad de que no les importa el número creciente de parados o la paralización del mercado. Que quizá no son felices con lo que hacen, sin valorar su dificultad, y que tan solo quieren volver a casa. Desaparecer del mapa. Y están tan entrampados en el laberinto que les imposible volver al principio.

Los humanos hemos creado este sistema tan enrevesado y compuesto por reglas que no se pueden romper para que todo funcione y crezca. ¿Pero qué ocurre cuando algo falla? Cuando un ascenso no nos da la felicidad, o sentimos como la pronunciación de un te quiero nos puede llevar un paso más adelante dentro de ese laberinto. Un paso que nos será tremendamente difícil, costoso y quizá dañino para otra persona, en el caso del amor, y para nosotros mismos en el aspecto laboral.
Por eso, todos sentimos en algunos momentos la necesidad de volver atrás. Donde los fallos no se contabilizan. Donde nadie te juzga, y hacerlo mal está permitido. Ese núcleo es tan pequeño que no se percibe hasta que desaparece. Me atrevería a decir que tan sólo está formado, normalmente, por padres y amigos íntimos. De los que no se enfadan hagas lo que les hagas. Y si me apuran, sólo una madre puede perdonar todo. Que su hijo sea terrorista, drogadicto o asesino. No lo he sentido por suerte, y espero que sea dentro de mucho tiempo, pero la muerte de ese núcleo debe significar el sentimiento de volar sin paracaídas. De no tener donde volver si nos equivocamos. Y debe dar igual a la edad a la que ocurra. Variará el tiempo que se sienta pero no la intensidad de ese sentimiento.

El laberinto está ahí y es artificial. No pensemos en las consecuencias de un paso atrás. Porque entonces no nos moveríamos y no encontraríamos nunca nuestro sitio.  Por lo tanto, afrontemos nuestra felicidad y solucionémosla.

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