jueves, 19 de abril de 2012

Ojos.

Miraba hacia delante y solo veía rostros conocidos y desconocidos. Conocidos por la frecuencia en que veía esas caras a lo largo del día. Desconocidos porque realmente no sabía nada sobre ellos. La imposibilidad del idioma había hecho que tirara la toalla en la misión de profundizar con esas personas. Tan diferentes, tan distantes. Con otras vivencias. Ni mejores, ni peores. Otras. Por eso cuando la cadena del lenguaje se soltaba en un momento, de forma intermitente y unos a los otros se mostraban de forma natural, riendo, llorando, bromeando o interesándose acerca del próximo fin de semana, todo era aun más raro. Los gestos que había almacenado en su mente, y los que le había puesto su correspondiente identificación, se traspapelaban. Ya no servía conocer la risa de sus compañeros, porque era totalmente indescifrable. A lo largo de los últimos seis meses, y gracias a su capacidad para observar y retener todo lo que hacían las bocas, ojos y manos de las personas que lo rodeaban, había sido capaz, sin entender un tercio de las conversaciones que se producían a su alrededor, de reconocer cuándo estaban enfadados, contentos, sedientos o hartos. Incluso intuía el polvo de la noche anterior. Pero ese vaivén lo descolocaba. Volvía a sentirse como un niño pequeño. Como el imberbe que intenta introducirse en una conversación de mayores, y lo único que consigue son miradas de desaprobación. La conversación apenas lo rozaba, y se volvía vulnerable, ínfimo para los demás. Retomaba la comprensión de cuán importante era el lenguaje para los humanos, y volvía a ensimismarse en sus pensamientos. En el futuro, ya que el presente no le pertenecía. De repente, alguien reparó en él. Como el que ayuda al invidente a cruzar la calle, lo recondujo al rebano de ovejas, donde se estaba produciendo el reparto de felicidad. De repente estaba otra vez con todos, pero sabía que todo pendía de un hilo. Y que quizá, otro día, cuando menos lo espere, volverá a tener ese río sin puente que lo separaba del resto de humanos.

Y con esos ojos miraba Juan Carlos, desde la puerta de aquel lujoso hospital. Como la persona que desea volver a entrar en la conversación. Y volver a ser normal. Algo que quizá lo perdiera a cambio de un elefante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario