martes, 1 de noviembre de 2011

Otra tierra

La adaptación conlleva un tiempo. Todos lo podemos imaginar. Un cambio de país tiene como consecuencia un cambio de las raíces de una persona. Cambio de temas de conversación, de forma de vestir, de música en la radio, de bares, de personas. Un terremoto en un interior que no se prolonga en el exterior. Y eso es realmente lo peor. Cuando te encuentras solo en un lugar, sin soledad, se suele tener un problema. Pero esto es diferente. El tren va a toda marcha y no es posible pararse a pensar en el por qué de las cosas. No te puedes detener a pensar cómo te sientes porque la búsqueda de trabajo apremia, o el aprendizaje del idioma te angustia. Cada día contiene cientos de retos nuevos. Pueden llegar en cualquier momento. Y normalmente, te pillan desprevenido. Una pregunta que no se entiende, un hábito de vida hasta ese momento desconocido. La creatividad baja, y la pragmática sube. Cuando pasan 4, 5, 6 semanas, encuentras tu asiento, sabes qué supermercado es el más barato, qué tipo de bebida pedir en una discoteca, que la calle aquella conecta con esa otra. La adaptación comienza a llegar a tu mente, porque antes, tu cuerpo estaba pero ella no. Entonces la creatividad aparece. Como llegada de unas vacaciones, con fuerza, con dinamismo, con ganas de contra lo que ha visto durante las últimas semanas. Y entonces, comienzas a sentir. Y a escribir.

1 comentario:

  1. La adaptación también conlleva un tiempo para el que se queda, para el que pasa por la habitación y no ve ni un vestigio de aquel que está en otra tierra. Para aquel que, aunque escuchando su propio idioma, se pregunta cómo serán las palabras que oye el que se ha ido. La adaptación. Animal de costumbres, el hombre se adapta. No le queda otra.

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