sábado, 23 de noviembre de 2013

Hasta para esto que está pasando, Quevedo.

La estantería está llena de polvo y hay que limpiarla. No hay ganas. Pero, bueno, son cosas que hay que hacer. Se pasa el trapo. Las sonrisas reaparecen tras ese opaco paño semanal que, inexplicablemente, invade los espacios. Y, mira, ahí está. En esta, tenía un año y ya apuntaba maneras. Intentas recordar ese pantalón que quizás compraste entre el miedo y la ilusión. Y su manita cogida de la tuya. Pero no hay manera. El ensueño se resbala por el tobogán de los minutos pasados y no te deja aprehenderlo. Qué cosas. Intentas hacer la multiplicación de días, meses y años, partida por esas líneas divisorias que protegen una vida, la tuya. Pero te mareas. No hay manera de recordar lo que se vive. Cuando se está ahí, no se pone uno a pensar que años más tarde tendrá que limpiar el polvo, entre lágrimas, deteniendo tus dedos en una foto amarillenta.
Es noviembre. Casi final de noviembre. Y miras los muros de la casa tuya, si un tiempo fuertes, ya desmoronados. Observas cada rincón amancillado y no hallas cosa donde poner los ojos.
Este año no sonará el timbre y abrirás la puerta y entrará la vida.
Dicen las malas lenguas (aquellas que se empeñan en decir que nos inventamos que España se recupera, que hemos salido -casi- de la crisis, que tenemos un señor gobernándonos que es todo un héroe, que este héroe ha evitado que todo hubiera sido peor, que, pobrecito, qué él qué hace si la gente quiere irse a emprender por esos mundos de dios) que nuestro país perderá dos millones y medio de habitantes en el 2017. Y esta cifra sale de una media entre los que se van y los que no nacerán.
Es decir, entre los que son un fotograma en una repisa repleta de polvo que limpiará una madre en un futuro, mientras ayuda a hacer la maleta y se pregunta por qué estas navidades no tendrá la ilusión de poner la mesa, y aquellos que ni siquiera llegarán a serlo.
No sé qué es peor.
Yo, mientras, limpio. Lloro y limpio. Veo los muros de mi patria desmoronados. Y los de mi casa, también.
Y me juro a mi misma no ver anuncios en la tele este mes que entra.

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