viernes, 27 de septiembre de 2013

Mitad

Esto de la vida es algo que, por mucho que nos empeñemos, no tiene traductor. Ya nos gustaría: escribir un pensamiento en el google y que, en el segundo siguiente, se nos llenara la pantalla con soluciones, inferencias, caminos que seguir y algún que otro anuncio de desodorantes o viajes paradisíacos.
Claro que cuando necesitamos esa ayuda, solemos estar en la mitad. Nunca es cuando nacemos. Bastante tenemos con acostumbrarnos a ese mundo al que hemos abierto los ojos. Y con comer, dormir, no tener dolores en el estómago, asir un juguete o contemplar una sonrisa sin saber que lo es. tenemos bastante. Cuando vamos a morir, ya esas cosas no nos importan. Es más, casi nos preguntamos cómo fue que alguna vez eso de ingerir alimentos, cerrar los ojos y no soñar o intentar hacerse un hueco entre líneas que se convirtieron en bocetos y luego en dibujos y luego en una realidad tridimensional, fue algo tan importante que al final se echa de menos mientras te mueres.
No. es en la mitad cuando no tienes respuestas.
Y fastidia, la verdad. Por eso se debieron de inventar palabras como niñez, adolescencia, juventud, madurez o vejez. Para que supiéramos siempre que eso que llamamos vida no es más que una especie de tela de araña que no lleva a ningún sitio.Y que no se elige.
Se eligen las mitades. 
Aunque quizás tampoco. 
Casi nunca podemos recordar el día en que decidimos seguir un rumbo o cambiarlo o hacer como si no hubiera existido nunca. O luchar o no hacerlo. O quedarnos a medias. O dejar que el destino nos llevara. O hacer del destino, suerte. O de la suerte, destino. O enviar unas flores o seguir llorando sobre la almohada. O cruzar una calle o esperar a que el semáforo se pusiera en verde. 
Pues eso, que lo de la mitad de la vida no tiene traductor. O te la tragas o la vomitas. 

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