jueves, 2 de diciembre de 2010

Cuando sólo queda la palabra

Desnudos. Ambos se miraban, se frotaban los ojos, y aferraban sus manos a aquella cornisa que les unía. Suspendidos sobre el vacío. Recordados por el pasado. Sus voces, quebradas, casi susurros, no alcanzaban el tono suficiente como para despertar a nadie. Tampoco querían hacerlo.
Habían hablado tanto que pronto callaron. Se observaron, se palparon para recordar las cuencas de los ojos, la nariz, la boca. Pasaron sus orejas entre los dedos, acuchillaron el pelo con sus manos. Todo sin hablar. Se habían desnudado tantas veces con la palabra… Las formas verbales habían sido su único cable con el que mantuvieron el contacto hasta entonces. Pensaban que les sobraba. Querían deshacerse de ella.
Lo que los había mantenido con vida, lo despreciaron. No pensaron en el error. La palabra, lo escrito, lo no volátil. Eso, los había llevado hasta allí. Se curtieron en campos desiertos, donde trataban de plasmar lo que sentían. Esfuerzo agotador. Esa palabra, había ido poco a poco desnudándolos. El orgullo era el ropaje más vasto. El más costoso de arrancar. Entre besos adjetivados, sexo encerrado en sustantivos y abrazos que se escondían en atributos, fueron sacando la cabeza primero, para desprenderse del maldito orgullo con los brazos y pies finalmente.
Ahora estaban desnudos frente a frente. Y sólo les quedaba la palabra. Pero al fin, habían comprendido lo potente que era.

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