miércoles, 24 de noviembre de 2010

Hipocresía...

Suena el despertador, te levantas, refunfuñas, abres los ojos, maldices. Te duchas, agua fría, ahora excesivamente caliente, el calefactor se para cuando sales, maldices. Toalla mojada, desayuno frío, café hirviendo, día lluvioso. Atasco, impuntualidad, marrones, órdenes, cambios, prisas, móvil, ruido, parón. Comer pensando en la cena, tomar café soñando con la cama, leer una página intuyendo la siguiente, esperar dinero con los bolsillos vacíos. Y todo vuelve. La radio clama contra el gobierno. El semáforo se pone en rojo, la velocidad para. El silencio habla. El teatro te ha vuelto a ganar. La hipocresía del sistema te ha engullido y apenas has podido moverte. Vas caminando por un carril lleno de trampas, alentado para que llegues por los mismos que quieren que caigas. Te sientes como si estuvieras dentro de una casa de cristales. Sin saber cuál es el reflejo, y cuál es el cuerpo. Sueñas con llegar a la verdad del sentimiento, y para llegar hasta él, atraviesas mentiras.
De repente un papel te hace parar, clamar, sentirte agredido por el mismo que te empujaba. Y vuelves a ser un niño. Indefenso, aplacado por las reglas. Me siento descolocado. Desubicado. La ética camina hacia un lado. Mis acciones hacia otro. Hago lo que no pienso. Y no puedo evitarlo. El futuro parece más negro aun y miro hacia atrás y alguien ha cerrado la puerta de entrada. Atrapado busco salida, pero sólo puedo huir hacia delante.
Como este texto ya no sé si soy yo, tú o él. Sólo quiero un cuerpo delante. Que me hace olvidar. Una mirada, un gesto, un microhabitat que sólo yo pueda entender. Entonces el ojo no me ve. No puede entrar. Estoy yo, pero también tú, y también nosotros y ellos. Mi universo, sin reglas, sin velocidad, sin ruido. Quién diría que tan sólo necesitaba aquel olor guardado en una colcha.

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