sábado, 7 de junio de 2014

Abdicación y Pelargón

El lunes me levanté un poco como siempre, pero, la verdad, mejor que otras veces. Había dormido bien y mis zapatillas con borlas de colores estaban alineadas con el quicio de la puerta. Era una señal de que aquella mañana iba a ser como todas las mañanas de después de.
Pues no. Me equivoqué. Creo que la noticia me la dieron sobre las once. Después de haber recordado a mis angustiados alumnos de segundo de bachillerato, que ahora los medios de comunicación de masas no se dedican a informar sino a interpretar una realidad virtual que se inventan todos los días, y que, por tanto, no esperaran en la Selectividad, ningún texto objetivo. Que la objetividad depende de cuentas corrientes y periodistas mediáticos, les había dicho, así que a buscar temas y resúmenes y organización de las ideas que contemplen sustantivos abstractos un tanto eufemísticos como reflexión, análisis o quizás, en raros casos, crítica. Y eso, siempre que el texto sea de Millás.
Nada. Que todo se volvió del revés. Llegó la abdicación. Una abdicación un tanto rara. Que se va pero que resulta que no tenemos una ley al uso para que se vaya. Total, es que no habíamos pensado, en casi cuarenta años, que eso fuera posible. ¿Se va a jubilar un Rey español, así, como si fuera belga? Ni por asomo. El español muere en su cama, como Dios manda, sin tanta tontería. Con sus miserias de rey, que también las tienen pero no se publican, al menos del todo. Y con la parafernalia de entronar al heredero en el mismo lecho de muerte.
Y claro, pues los medios se frotaron las manos. Y no es que no lo estuvieran pidiendo a gritos. El rey ya no vendía. Ni siquiera la reina lo estaba salvando de la condena al ridículo. Pero, de tanto pedirlo, no se lo esperaban. Tiraron de archivo y de tertulias y de sonrisas y de humor y de parodias. 
Hasta el jueves. El jueves hubo una noticia escondida entre la falsa sonrisa de Leticia, la resignación de Felipe, el embotamiento gestual de Juan Carlos y la huida de Sofía: el Gobierno español se ha dado cuenta de que hay niños y niñas españolas que no comen todos los días si no es porque las escuelas los alimentan al menos una vez cada veinticuatro horas. Y. hombre, algo hay que hacer.
Así que este verano, mientras sacamos nuestros banderines para aclamar a un nuevo Borbón en las calles de España, tendremos la suerte de que nuestros vástagos tomen Pelargón, como en la posguerra, en los colegios. Hay que ser caritativos. Al fin y al cabo, tanto la Monarquía como la Religión han preferido siempre la caridad a la justicia.
Pero yo, después de esta semana tan rarita, la verdad, prefiero un estómago vacío que sea consciente de que no todo está escrito que uno lleno a costa de las migajas de una sociedad injusta. Aunque sea una hamburguesa con patatas.

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