domingo, 9 de junio de 2013

Retrospección

Tener más de cincuenta años en este país significa muchas cosas. De explicarlo se encargan, cada cierto tiempo, los sociólogos, los expertos en pensiones y los publicistas. Estos, menos. Total, las tendencias de los que han vivido un cierto tiempo, más del que les queda por respirar, no vende mucho. O vende lo justo. Sin superávit. 
Me ha venido a la mente este concepto mientras escuchaba en la radio hablar de la última parida del ministro Wert.
Los de más cincuenta estamos, en realidad, en un continuo flashbak más un poco de flasflorward, salpimentado con un poco de in media res.
Algunos de nosotros nos licenciamos. La mayoría lo hizo contando con el dinero de papá y mamá. Son los que nos gobiernan ahora. Un tanto por ciento -no tengo el dato pero me gustaría- lo hizo agarrándose al clavo ardiendo de las becas. Sin estadísticas, lo que sí puedo decir que ese dinero (que, por cierto, salía de los salarios de nuestros padres, como ahora) era escaso y tardío. Tanto que, cuando llegaba, en los pisos de estudiantes se hacía una fiesta y se comía jamón.
Se ve que el ministro Wert tuvo que ser de los nuestros. Sí, se ve que debió ser de los que perdían el sueño pensando que no lo conseguirían. Debió nacer en "el seno de" una familia obrera en un barrio de esos en los que la mayoría de los chicos dejaba de estudiar con doce años y en los que los que se atrevían a hacerlo, lo hacían en institutos públicos, después de pasar una cruel reválida, condenar a sus padres a malvivir y  tras sentirse culpables por ser el elegido mientras sus hermanos se preguntaban que por qué era él el listo.
Debió ser de los nuestros, Y nuestro presidente, también. Ninguno de los dos debió nacer en familias acomodadas, ni estudiar en colegios privados, ni crecer rodeados de asideros a los que agarrarse cuando salieran de la Universidad. Los dos han llegado a lo que son sin una élite que los arropara.
Por eso, quieren, desean, legislan, que nuestros nietos pasen por lo que ellos pasaron. Que hinquen codos, que sean los más inteligentes, que sean capaces de desclasarse sin ayuda del Estado. Como ellos. Que nunca han tenido ayuda de nadie. Pobrecitos. Que no vienen de una élite.
Pero, claro, con tanto mareo que tenemos con el tiempo los de más de cincuenta años, los conocemos a todos. A ellos también. Y sabemos que las becas siguen siendo, para los de su clase, la puerta falsa por la que entran los que pueden hacerlos desaparecer.
Por eso quieren quitarlas.
Nos han permitido unos años creernos como ellos. Pero hasta aquí hemos llegado. Y... ¡no faltaba más!

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