jueves, 16 de septiembre de 2010

Huelga 29-S

Aquella situación bien podía valer para una escena de una obra disparatada, o una historia que bajara hasta el ridículo más extremo, para hacer gracia a los demás. La humillación era tal que daba risa, y si hubiera sido un cuadro sería uno de esos estridentes, chillones, ilógicos que decoraron los pasillos del siglo XVIII. Aquellos dos hombres cincuentones, sudorosos por aquel verano extremo, activos, nerviosos y sobreexcitados se mostraban frente a aquellos cuatro periodistas imberbes que disfrutaban de una mañana tranquila de agosto. La crisis económica agobiaba tanto al Estado que había tenido que fusionar varias instituciones, y con ello el trabajo de algunos funcionarios había tenido el mismo destino que una bolsa de basura. Se había mandado a un contenedor. Tal y como se hace con la chatarra, el valor de los años trabajados se había pagado y adiós muy buenas.

Ellos eran representantes de un grupo de 2000 personas. Algo a lo que nunca hubieran pensado llegar. Todo fue circunstancial. Aquel joven que le preguntó al más mayor y con cara de despierto al llegar a la primera concentración, unido a la popularidad de la pareja por ser personas agradables y con gran tema de conversación, provocó que fueran ganando presencia dentro del grupo.

Y finalmente podían cambiar el mundo. Estaban en el sitio. Pero no estaban preparados. Nunca lo podrían estar. Y la boca de aquella coyuntura económica se relamía pensando en que pronto caerían otros dos.

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