Leo que ya no estamos contentos con
nuestro jefe de estado. Lo dicen las estadísticas. Podían haber sido un poco
más listos. El silencio de nuestros adolescentes cuando se habla de la
monarquía lo venía anticipando desde hace años. Llevan mucho tiempo sin saber
quién es ese señor que les felicita la Navidad todos los diciembres. Tampoco saben de
dónde ha salido ni a dónde va, salvo que los programas del corazón digan algo
sobre su desliz cazando elefantes o sobre que sea abuelo, sus hijas se
divorcien o su nuera luzca un nuevo modelito. Que no tienen ni idea. Como tampoco
saben, ni les importa (no sale en el facebook, ni en el twitter ni en el
whatsapp) qué diferencia hay entre tener un monarca como jefe virtual o un
presidente de República. ¿Pero es que eso existe, se preguntan, mientras
intentan recordar quién les gobierna?
La cosa está así. Los de treinta nacieron
en un época en la que sus padres todavía recordaban que antes había otra cosa y
que tuvieron que luchar por hablar más de la cuenta. Los de cuarenta eran
adolescentes mientras mamaban un especie de éxtasis de libertad nunca soñado
por aquellos que habían pensado que mejor lo malo conocido que lo bueno por
conocer. Los de cincuenta, bastante tenían con vivir el sueño deseado de
aquellos que habían vivido bajo el yugo. Pero los de veinte y los de diez... esos
vieron su luz en un país que había olvidado.
Bendito olvido.
Por eso, ahora, con una crisis que nos
inunda, que va llegando poco a poco al quicio de la puerta, que se olvida de lo
que habíamos conseguido durante cuarenta años, que no sabe de guerras trasnochadas
ni otras milongas, que ha tenido el único beneficio de saber que el pasado es
eso, pasado, es lógico constatar que a las nuevas generaciones, las que están
dentro y las que han tenido que irse, les importe un comino un señor que fue
algo en su tiempo ( ¿y qué hizo, de dónde viene, a dónde va?) y que, encima, no
se puede elegir. Como se elige todo. Vas a un supermercado y lo único que te
impide la opción es el precio. Quieres comprar un móvil y te mareas entre
operadores ávidos de poseerte y lo que te hace elegir es la prestación que te
permita comunicarte de forma más rápida y con más aplicaciones.
Y este señor, ¿qué ofrece? Un pasado en el
que prefirió no ponerse bajo el mando de los que habían decidido volver a las
trincheras. Luego, se ha pasado casi cincuenta años viviendo de las rentas.
Vivir de eso es difícil pero no imposible.
Nuestros niños lo saben. Pero, para ese
viaje, mejor uno que no nos felicite las pascuas pero que podamos saber quién
es y de qué pie cojea. Y que, si se va a cazar elefantes como si nada, le
digamos: "hasta aquí has llegado y el marfil no es santo de nuestra
devoción, ni tu mirada a otro lado mientras tus vástagos esquían, compran
inmuebles imposibles o se convierten en portada del papel cuché o de los
diarios informativos, depende de que los jueces se lo tomen en serio"
Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es
pasar. Hasta don Antonio Machado le hubiera aconsejado, como hizo a su
bisabuelo: mejor, un barquito y a vivir de las rentas. Que los Reyes siempre
tienen un lugar donde vivir. Y sin deshaucios.
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