lunes, 3 de enero de 2011

Química


Debe ser cierto eso de que estamos compuestos de elementos químicos. La química reacciona sin un por qué. Una sustancia se adhiere a otra, o la repele simplemente por una cuestión biológica, y por lo tanto inexplicable. No hay causas. Por ello, no debería haber consecuencias. Pero las hay, porque en ese momento influye el cerebro, los sentimientos. De repente, no te apetece ver a alguien. Te produce urticaria sus palabras, sus gestos, su mirada. Odias sus pasos, maldices sus sonidos, te chirrían hasta sus pensamientos. Sin un por qué. Algo que te supera, que no puedes controlar. Esos síntomas te producen malos modos, peores contestaciones, tensos silencios en la mesa. Y todo, por la maldita química.

La misma química que te hace desear a una persona. A pesar de sus plantadas, su actitud egoísta o sus dientes amarillos. El impulso que los elementos contenidos en la tabla periódica otorga al cuerpo, te lleva a mezclarte con otro. Sin saber por qué. A desearlo, a depender de él. Tu interior, por lo tanto, tu esencia, depende de otra. Cuerpos elaborados individualmente con el único sentido de buscar un acompañante.

Entonces los sentimientos se ponen a flor de piel. Siempre abstractos, comienzan a dibujarse, a mostrarse frente a otros sentimientos. La química se hace cuerpo, el amor y el odio descubren a sus personas. Se destapa el juego.

Gritos y besos. Sexo y peleas. Insultos y caricias.

La química tiene la culpa de todo. Y los sentimientos tan sólo son sus hijos.

1 comentario:

  1. Saludos

    Excelente reflexión sobre la química, ese es el vivir, y que tal el parecido con las matemáticas.

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